4.1.09

Entre nosotras


Te llevaste del mercado una pularda el día de nochebuena con el Chapulín Colarado y fue divertido rellenarla de frutas y jerez, como te recomendó el carnicero. No sabías con exactitud qué tipo de animal metías en casa pero eso lo solucionó el diccionario. Una pularda es una gallina joven que no ha puesto huevos todavía y que ha sido cebada especialmente para su consumo.

Hoy has leído el comentario que Emilio ha dejado en Facebook sobre la foto que hiciste de la gallina al salir del horno. A veces él se siente como una pularda, justo como te pasa a tí.

Sentirse como una pularda es algo muy especial. A lo largo de la vida podemos ser pulardas en situaciones excepcionales. Creo que sería poco saludable ser gallos o gallinas todo el tiempo. Los gallos y las gallinas no tienen otro remedio que cumplir con las expectativas día tras día. Ahora bien, como pulardas tenemos una ventaja. Podemos elegir y esa elección tiene que ver con el objetivo de la vida misma, es decir, con ser felices. Por eso las pulardas tienen una vida corta y sencilla, porque la felicidad no puede ser de otra manera.

No hay una fórmula mágica pero de vez en cuando hacer excepciones, perdernos y dejarnos sorprender, es la única manera que tenemos para poder verle la cara a la felicidad. De lo contrario, vamos en fila india hacia ninguna parte. ¿Hay algo más peligroso que andar por la vida con la sensación de estar siempre de vuelta?

Incluso ahora en medio de la tempestad económica internacional y las oscuras expectativas sobre el empleo, vas a cerrar los ojos y a elegir de nuevo. Has perdido hace mucho la inocencia como la pierden los gallos y las gallinas pero, aquí entre nosotras, no has perdido las ganas de vivir. Dentro de unos días vas cruzar la frontera de España y de Francia con Tieta. En Inglaterra, junto al CH, le darán forma a la vida que viene.