Lo bueno que tiene una mudanza es que puedes estrenar una vida o intentarlo, que ya es bastante. No conoces el barrio, no sabes donde está el supermercado más cercano, ni la farmacia, ni el veterinario, no conoces a los vecinos ni te conocen y los amigos aun no saben tu dirección. Hay momentos en los que ni siquiera te reconoces dentro de ese nuevo hogar y la experiencia de colonizarlo y ser colonizada es un privilegio.
Desde el punto de vista contrario lo bueno que tiene dejar una casa es la posibilidad de dejar atrás algunas cosas con las que no queremos seguir viviendo. Un pantalón manchado, un mueble odioso, un plato roto, un aparato inservible, unos cuantos tornillos incógnitos, una vecina histérica, una extraña sensación de conformismo.
He escuchado a la gente decir que las cosas malas te siguen a donde vayas pero yo he tenido suerte. He vivido en muchas casas y tengo buenas experiencias al respecto. Da igual el tiempo que vaya a estar en un hotel, un motel, una pensión, una casa de playa, un apartamento prestado, alquilado, propio. Una vez que te has instalado en tu nueva vida estás más conectado con tus deseos y parece como si empezaras a moverte al ritmo que necesitas para salir adelante.
Estoy convencida de que las mudanzas generan cambios en nuestra manera de ver las cosas y de vivir. Pueden ser el inicio de pequeños o grandes comienzos. Claro que no todas las mudanzas son igual de trascendentales, depende de la necesidad que tengas de cambiar y de las circunstancias. En mi caso llegar a Tenerife hace casi cuatro años fue fundamental. Se quedaron en Caracas las cosas que necesitaba dejar lejos y todavía conservo las energías de vivir frente al mar durante ocho meses, rodeada de gente entrañable.
Hace un mes nos cambiamos de piso y de barrio en Madrid. Tieta se ha adaptado bien porque ahora tiene más espacio, más luz y podemos ir al Retiro todos los días. Por los momentos el problema de su ansiedad está controlado. Por otra parte, a mí esta mudanza me ha hecho rescatar una actitud optimista frente a la vida afectiva y profesional y, por supuesto, la alegría de vivir.
Mi amigo Carlos Ortiz, que es un acérrimo enemigo de los optimistas, me diría que tenga cuidado con lo que digo pero lo que él no sabe es que yo aprendí a no ser optimista como quien tiene fe y espera. Desde hace tiempo hago limonada cuando me caen limones. Algo así dice una canción de Rubén Blades y funciona. Eso sí, nunca antes como en este mes he tenido tan presente las palabras mágicas de Rosalba (o de Violeta, su alter ego), el personaje de Diablo guardián, la novela de Xavier Velasco: Game over. Start again. Welcome to the next level.
17.1.07
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Cuéntanos cómo te ha ido o te fue en Tenerife, cómo es ese lugar, muy cercano al mar, o rodeado de océano. Saludos. Enrique.
Publicar un comentario