Compramos cuatro entradas para un concierto a las 2 de la tarde del sábado, en la Plaza de Toros de Leganés. Nos pareció muy raro que fuera a las 2 pero bueno: “los organizadores sabrán”. Hicimos planes para estar de regreso a las 5 en Madrid.
Al llegar a la taquilla vimos el fondo de nuestro desconocimiento. No habíamos comprado entradas para un concierto, sino para el Festival de la Cumbia y después de oír la primera e inesperada noticia nos enteramos de la segunda: el Festival prometía extenderse hasta las 6 de la mañana. Evidentemente el “gigante” se dejaría ver a última hora. De eso no cabía duda.
En mi país, la cumbia tiene éxito en Occidente, por la frontera con Colombia y en Oriente, de Cumaná hacia el Atlántico, no sé por qué extrañas razones. Una vez me dijo un pescador de San Juan de Las Galdonas que era por el narcotráfico. Pero definitivamente la cumbia no es la reina.
En ese momento, naturalmente, pensé en huir por varias razones. Subjetivas, por supuesto. Uno. La cumbia no me gusta tanto, lo mío es la salsa. Dos. Estar 16 horas en una concentración de manera voluntaria, por el motivo que sea, no está entre mis motivaciones. Tres. 16 horas de cumbia son demasiadas.
Menos mal que lo pensé mejor, porque también tenía razones para quedarme. Uno. Estaba allí con la mejor compañía que se puede tener. Dos. Después de cinco años en estas tierras hay una palabra mágica: bailar. Lo que sea. Tres. Me alegra ver cuántos inmigrantes hay en España y lo bien que se lo pasan.
En medio de mis consideraciones secretas hizo su aparición el presentador, un hombre eufórico y dicharachero, una de esas voces del espectáculo que recuerdas para siempre si has sido niño en Latinoamérica. Alguien así como el doble de Amador Bendayán anunció los nombres y las agrupaciones participantes. Yo no conocía a nadie. Tampoco a la estrella principal, el “gigante”, pero ya había decidido quedarme, conocerlo y bailar cumbia hasta que mi cuerpo lo pudiera soportar.
Por la gracia de dios, Bronco apareció a las 2 de la mañana. Doce horas después, no más. Mexicano. Indio. Norteño. Guapo. Gigante. Ídolo de sus paisanos y sobre todo de bolivianos, paraguayos, peruanos y ecuatorianos, la mayoría esa noche. Aunque ya a esa hora no tenía la capacidad perceptiva en regla, me gustó mucho. Claro que tendré que escucharlo de nuevo cuando haya descansado. Al fin y al cabo, ¿qué tiene la cumbia de malo?
De regreso venía pensando en Caracas, donde la reina indiscutible es la salsa, y también en la inmigración. Ese fenómeno que no sólo provoca tantas transformaciones en el país de acogida sino, principalmente, en nosotros mismos.
Al llegar a la taquilla vimos el fondo de nuestro desconocimiento. No habíamos comprado entradas para un concierto, sino para el Festival de la Cumbia y después de oír la primera e inesperada noticia nos enteramos de la segunda: el Festival prometía extenderse hasta las 6 de la mañana. Evidentemente el “gigante” se dejaría ver a última hora. De eso no cabía duda.
En mi país, la cumbia tiene éxito en Occidente, por la frontera con Colombia y en Oriente, de Cumaná hacia el Atlántico, no sé por qué extrañas razones. Una vez me dijo un pescador de San Juan de Las Galdonas que era por el narcotráfico. Pero definitivamente la cumbia no es la reina.
En ese momento, naturalmente, pensé en huir por varias razones. Subjetivas, por supuesto. Uno. La cumbia no me gusta tanto, lo mío es la salsa. Dos. Estar 16 horas en una concentración de manera voluntaria, por el motivo que sea, no está entre mis motivaciones. Tres. 16 horas de cumbia son demasiadas.
Menos mal que lo pensé mejor, porque también tenía razones para quedarme. Uno. Estaba allí con la mejor compañía que se puede tener. Dos. Después de cinco años en estas tierras hay una palabra mágica: bailar. Lo que sea. Tres. Me alegra ver cuántos inmigrantes hay en España y lo bien que se lo pasan.
En medio de mis consideraciones secretas hizo su aparición el presentador, un hombre eufórico y dicharachero, una de esas voces del espectáculo que recuerdas para siempre si has sido niño en Latinoamérica. Alguien así como el doble de Amador Bendayán anunció los nombres y las agrupaciones participantes. Yo no conocía a nadie. Tampoco a la estrella principal, el “gigante”, pero ya había decidido quedarme, conocerlo y bailar cumbia hasta que mi cuerpo lo pudiera soportar.
Por la gracia de dios, Bronco apareció a las 2 de la mañana. Doce horas después, no más. Mexicano. Indio. Norteño. Guapo. Gigante. Ídolo de sus paisanos y sobre todo de bolivianos, paraguayos, peruanos y ecuatorianos, la mayoría esa noche. Aunque ya a esa hora no tenía la capacidad perceptiva en regla, me gustó mucho. Claro que tendré que escucharlo de nuevo cuando haya descansado. Al fin y al cabo, ¿qué tiene la cumbia de malo?
De regreso venía pensando en Caracas, donde la reina indiscutible es la salsa, y también en la inmigración. Ese fenómeno que no sólo provoca tantas transformaciones en el país de acogida sino, principalmente, en nosotros mismos.
Una página web ha publicado las fotos del evento. Hay que tener paciencia, pero por ahí aparecemos nosotros: http://www.nochelatina.es/broncos.htm
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