19.7.07
María dos Prazeres
Ayer fui a una conferencia informativa sobre el Máster de Dirección de Marketing y Ventas en el Instituto de Empresa. No fui por equivocación o por simple curiosidad. Tengo una razón de peso para plantearme una opción así.
No quiero llegar pobre a la vejez. No hay nada más. Cada uno tiene sus debilidades y yo quiero tener vestidos bonitos, quiero usar unos Chanel que me tapen la cara, llevar cada pelo en su sitio, visitar a mis amigos por el mundo y recibirlos en mi casa, ir a la librería y al cine después de la siesta, hacer talleres en los museos, levantarme todos los días en un pequeño apartamento, impecable, frente al mar y, sobre todo, quiero recorrer Italia.
Es muy sencillo: me he dado cuenta de que por el camino que voy no es posible. Creo que ese Máster puede ayudarme a dar un giro que me permita dentro de 30 años tener la vida que quiero. Evidentemente la decisión implica muchas cosas: una deuda, un cambio de mentalidad, un esfuerzo personal, un voto de confianza en mí. No estoy segura de que lo vaya a hacer, no estoy segura de que ese Máster sea la única opción, pero lo voy a pensar.
17.7.07
Barcelona
Una ciudad que gira en torno al mar, como Barcelona, es otra cosa. No se trata de una traición a mi pasión por el Caribe ni una de las trampas de la memoria. Atravesé La Barceloneta hacia la playa con taquicardia y eso es lo que cuenta.
Quizá lo más difícil de vivir en Madrid sea sobrevivir al verano. En invierno no me doy cuenta de que estoy atrapada en Castilla, por eso a partir de mayo lo único que quiero es llegar al mar.
Ahora que estoy de vuelta me imagino que Araya va a jugar esta tarde en la Playa del Ensanche. Me la imagino sonriendo con sus pañales acuáticos y mi estancia aquí en Castilla se diluye fácilmente.
Amén a la copa de cava que nos tomamos sus padres y yo en la terraza de La Pedrera, el sábado por la noche. Espero entrar en el dinámico periplo de la estirpe de Araya lo más pronto posible, no me quiero peder sus primeras palabras que están a punto de salir.
6.7.07
El Centro de Caracas
El paseo se trazaba fundamentalmente en tres ejes: la Plaza Bolívar, el Pasaje Zing y la Plaza El Venezolano.
En la Plaza de Bolívar ya había que hacer milagros para encontrarse a una pereza pero la buscábamos igual. Luego, un tour por la Catedral para dejar prendida una vela y otro por nuestro dorado personal: el edificio de La Francia, la joyería de las joyerías. Encontrarse con Dios y con el Diablo, en diagonal, tiene su gracia.
Al Pasaje Zing, un sitio moderno, precioso, con escaleras mecánicas de madera, íbamos de shopping. Aunque a veces no compráramos nada. Cuando conocí el centro comercial de las torres gemelas en Nueva York, me acordé del Pasaje Zing. Tienen un punto de comparación sólo en mi cabeza infantil, pero lo tienen. La meta era estar dentro de una tienda de ropa para mujeres y niñas, donde alguna que otra vez me compraban unos zapatos o un vestido, que yo misma podía elegir. Toda la ropa colgada estaba envuelta con un forro transparente y eso le daba un toque tradicional, típico del Centro de Caracas. Nunca he visto eso en otra parte.
La Plaza El Venezolano era el escenario principal de la gala. Allí estaban todas las piñaterías, donde empecé a soñar y a desear y donde me inicié como consumidora. Me gastaba los ahorros de la semana en baratijas de vaga definición. También estaba La Linda, una mercería donde buscábamos siempre algo: un hilo de color raro, una aguja para bordar, seis botones para una camisa, un par de broches para una falda, un cierre azul, un metro de liga blanca. De ahí pasábamos a la casa de Simón Bolívar y me decían: “sólo un paseo veloz, negrita” y eso hacía. Al final almorzábamos en La Atarraya, carne a la parrilla. A pesar de lo poco que yo comía entonces era la mejor comida del mundo y, por supuesto, el mejor restaurante.
Aquel paraíso ha terminado hace mucho. Caracas ha cambiado como es natural que pase en un país joven y revuelto. Ahora debe haber otro centro de Caracas. Por otra parte yo vivo aquí desde hace cuatro años y estoy muy lejos. Sin embargo, estoy segura de que descubrí en la infancia el secreto de la felicidad que consiste en la repetición de las pequeñas cosas, gracias a estas dos maravillosas mujeres.
1.6.07
Araya
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A Ximena la ví embarazada dos veces. Una con tres meses, en Cabo de Gata, Almería. Otra cuando estaba a punto de parir, un fin de semana soleado, en Londres. Después, cuando Araya nació, su papá colgó las fotos en una web: http://www.araya-luna.com/ A los tres meses fui a Tarifa, Cádiz, a conocer a Araya. Pasamos un par de días en un hotel en la playa. Aunque sus padres estaban cansados y toda su atención se concentrada en el cuidado de la niña, creo que se portaba muy bien. Una noche, dando vueltas por el jardín, se quedó dormida en mis brazos. Al día siguiente regresé a Madrid en tren y no la he vuelto a ver.
Cuando dejas de ver a un niño durante unos meses, ya no le conoces ni te conoce. Dentro de poco la volveré a ver, probablemente en Barcelona, y entonces será un descubrimiento.
Araya vive en Barcelona, pero ya ha vivido en Londres y en Sydney. También ha visitado Korea y no sé qué otras ciudades. Sus padres también han viajado y viajan mucho.
A veces yo me he negado a cambiar algo de lugar, un mueble, por ejemplo, simplemente porque me parece que si todo está en orden y las cosas no cambian la vida es más fácil, pero no creo que sea así, de verdad.
17.4.07
¿Sophia o Simone?

Una chica puede ir de un extremo a otro y ¿por qué no? ¿Quién dijo que hay que ser coherente?
15.3.07
Año 2030
Desde hace mucho tiempo me imagino todas las cosas que haré a partir de los sesenta años. Los vestidos elegantes, las lentes de sol gigantes, el pelo de peluquería, el bolso a juego con los zapatos y el cinturón, las uñas pintadas, los talleres de arte y de tejido (estoy segura de que como yo muchas mujeres de mi generación llegaremos a los sesenta sin saber tejer), las citas de los viernes con mis amigas en el café, el viaje por Italia en autobús y la suerte de poder decir exactamente lo que pienso cuando quiero. Incluso he pensado varias veces en irme a vivir a una residencia.
El Chapulín Colorado 2007

Imagínate una segunda temporada, treinta años después o un poco menos, en la que pudiéramos ver al Chapulín Colorado, en persona, día tras días, resolviendo sus propios problemas y necesidades, sin uniforme. Imagínate qué ilusión ver eso, después de que ha sido toda la vida tu superhéroe favorito.
9.3.07
Mermelada ácida
El último post es muy interesante: Bú!
26.2.07
Hacer lo correcto
A la hora de la verdad, en las circunstancias más difíciles, hacemos lo que podemos y eso es lo correcto. Pero ¿por qué si hemos sido capaces de sobrevivir a una guerra nos surgen tantas dudas cuando nos enfrentamos a un pequeño problema del corazón, a uno de esos asuntos pequeño-burgueses, como una piedra en el zapato?
El viernes pasado hablaba con unas amigas sobre lo fácil que es para nosotras pasar la noche con un tipo que no nos interesa para más nada y tan difícil hablar con sinceridad sobre nuestros sentimientos. Son especialmente delicados los temas que tienen que ver con celos, compromiso, futuro, hijos... ¿Estamos a la deriva todavía, en medio de la lavadora, las pastillas anticonceptivas, el trabajo, el divorcio y la práctica sexual?
En los casos importantes tenemos necesariamente que hacer algo, porque la situación lo requiere. Por eso hacemos lo correcto cuando hacemos algo, lo que sea, y la sensación es liberadora porque estamos obligados a hacer algo y sólo tenemos una oportunidad.
En las relaciones de pareja, en cambio, hay situaciones intermedias, grises, en las que podemos hacer algo o todo lo contrario, huir, callarnos, enfrentarnos, seguir adelante, aguantar, terminar. Es una zona en la que parece que no hay nada correcto, para bien pero también para mal.
Me gustaría creer que hay un punto medio, entre el pre y el postfeminismo, para desenvolvernos con soltura cuando tengamos una de esas molestas piedras en el zapato y hacer lo correcto sin autocensurarnos.
6.2.07
L'Atalante

Casi siempre cuando hablamos de nuestra iniciación en el amor hablamos de la primera vez que nos enamoramos, por ejemplo. Lo suelo hacer yo también, sin embargo, siempre he tenido presente a la primera persona que se enamoró de mí. No sé, será porque me sorprendió mucho. Hace poco esa persona a la que no veo hace diez años o más, salvo en un encuentro casual y veloz, en la Plaza de La Castellana de Caracas, ha dado con este blog por azar y me ha dejado una nota.
Ahora que ha pasado tanto tiempo me gustaría volver a decirle lo provechoso que ha sido siempre para mí conservar ese recuerdo. Así que, Ale: muchas gracias por ayudarme sin quererlo tantas veces a distinguir lo que es el auténtico amor, por llevarme a ver L'Atalante en aquella época mágica, poética y arrabalera, por 1992. Discúlpame siempre por todo lo malo.