Cuando un libro se publica pasa a ser responsabilidad básicamente de dos departamentos en una editorial: ventas y comunicación. En algunas editoriales pasa a ser responsabilidad de dos personas, a falta de departamentos: el chico de ventas y la chica de prensa. El clásico es el dueño de la editorial que hace todo (lo que puede, claro).
Todo ese tinglado que se monta para que un libro tenga buena prensa y se venda es un trabajo bien duro. El libro que no llega a muchas mesas de novedades porque los libreros están saturados de novedades y los responsables de literatura de los medios reciben demasiados libros para el espacio que tienen disponible… El cuento de nunca acabar, pero aún así todos hacen su trabajo. El escritor escribe, el editor publica el libro, la de prensa de hacer la promoción…
Pero ¿qué pasa cuando un escritor tiene síndrome de ansiedad? Álvaro Colomer ha publicado un artículo en Qué Leer (Octubre 2007), donde describe muy bien una parte del mundo editorial que el lector no conoce (ni tiene por qué conocer) pero que es el pan nuestro de cada día dentro del sector. Un capítulo del making-of, digamos.
La historia comienza así: “Hay escritores que se convierten en auténticos neuróticos apenas publican la novela en la que han invertido años de esfuerzo. Quieren llegar al gran público sea como sea, motivo por el que se lanzan a acosar a las jefas de prensa de las editoriales con dos o tres llamadas diarias, mientras acuden a sus amigos periodistas suplicando una reseña y se cuelan de tapadillo en las librerías para recolocar sus libros en los puntos calientes”.
A mí, por supuesto, me encanta el tema de la jefa de prensa. Afortunadamente no todos los autores son así ni todos los periodistas te cuelgan el teléfono… ¿Alguien se ha parado a pensar fríamente para qué sirven la mayoría de las llamadas que les hacemos las chicas de prensa a los periodistas para saber si han recibido un libro y si lo van a reseñar? Sé perfectamente que no todos los libros son Harry Potter ni todas las autoras Madame J.K. Rowling y que la mayoría de los libros no se venden solos pero… ¿Por qué es tan importante para todos salir todavía en los suplementos culturales de los periódicos?
Se me ocurre que otros capítulos interesantes del making-of de los libros podrían ser:
1. No todas las críticas son buenas ni tienen que serlo. ¿Qué hacer con un autor desbordado ante una crítica desfavorable, justificada o injustificada?
2. Una buena crítica no hace que se produzcan más ventas. Un escritor me dijo un día: "autor de culto lo único que quiere decir es que no vendes nada".
10.10.07
27.9.07
Esconder un libro
Los libros de autoayuda y las telenovelas se parecen mucho. Las telenovelas tienen una gran audiencia y los libros de autoayuda dan esperanzas a las ventas del sector editorial. Ahora bien, nadie da un voto a favor de ellos.
El mejor ejemplo empieza por casa. Ismenia, la señora que me crió, veía todas las telenovelas sin verlas. Sabía con precisión el color del vestido con el que la amante de Gustavo Adolfo se había aparecido una noche en casa de su mujer para decir que estaba embarazada. Así con las tramas de todas las telenovelas. Sin embargo, si un día alguien le hacía una pregunta del tipo: ¿Ismenia, cuántas telenovelas sigues? Ella decía, con seguridad: ninguna, son todas malísimas.
Me parece que lo mismo pasa con los libros de autoayuda. Salimos de la librería con el último premio Nobel en la mano pero cuando nos deja el hombre de nuestras vidas y compramos: No le llames más, las cosas cambian drásticamente. Ese libro lo sacamos de la librería dentro de la bolsa y dentro del bolso y sólo al llegar a casa, en un rincón oscuro, lo sacamos para forrarlo en papel, preferiblemente doble, con el firme propósito de que nadie se entere en el metro del tipo de literatura que llevamos entre manos.
Por curioso que parezca la desaprobación y el ocultamiento de estas fuentes de recreación y salvación ocurren a espaldas de una premisa que supuestamente nos libera de toda condena, la premisa de que todo es cultura desde el siglo XX. Entonces, ¿por qué somos reacios a poner la novela de Alessandro Baricco junto al libro de Jorge Bucay en la estantería? ¿Doble moral?
Con todo esto empiezo a sacarme una vieja espina: escribir una apología del libro de autoayuda.
Continuaré.
El mejor ejemplo empieza por casa. Ismenia, la señora que me crió, veía todas las telenovelas sin verlas. Sabía con precisión el color del vestido con el que la amante de Gustavo Adolfo se había aparecido una noche en casa de su mujer para decir que estaba embarazada. Así con las tramas de todas las telenovelas. Sin embargo, si un día alguien le hacía una pregunta del tipo: ¿Ismenia, cuántas telenovelas sigues? Ella decía, con seguridad: ninguna, son todas malísimas.
Me parece que lo mismo pasa con los libros de autoayuda. Salimos de la librería con el último premio Nobel en la mano pero cuando nos deja el hombre de nuestras vidas y compramos: No le llames más, las cosas cambian drásticamente. Ese libro lo sacamos de la librería dentro de la bolsa y dentro del bolso y sólo al llegar a casa, en un rincón oscuro, lo sacamos para forrarlo en papel, preferiblemente doble, con el firme propósito de que nadie se entere en el metro del tipo de literatura que llevamos entre manos.
Por curioso que parezca la desaprobación y el ocultamiento de estas fuentes de recreación y salvación ocurren a espaldas de una premisa que supuestamente nos libera de toda condena, la premisa de que todo es cultura desde el siglo XX. Entonces, ¿por qué somos reacios a poner la novela de Alessandro Baricco junto al libro de Jorge Bucay en la estantería? ¿Doble moral?
Con todo esto empiezo a sacarme una vieja espina: escribir una apología del libro de autoayuda.
Continuaré.
20.9.07
Non, je ne regrette rien
Tomando en cuenta que nuestras vidas se tuercen espontáneamente y que no hay que hacer ningún esfuerzo para que algo salga mal, creo que ser escéptico o pesimista o conformista se ha convertido en una conducta esperada. Por esa razón, quien se enfrenta a las cosas difíciles con valor e intenta cambiarlas puede considerarse un ingenuo o un loco. Así es como los optimistas han desaparecido del vecindario.
Lo más común es encontrar a un escéptico en todas partes: en una pareja, en una empresa, en una fiesta, en un accidente. Les reconocemos básicamente porque no les importa nada. Es casi imposible relacionarse con ellos si uno es diferente. Digamos que es imposible contarles un problema, discutir, sorprenderlos o involucrarlos en algo, pero eso sí: es muy fácil tenerles algo de envidia. Los escépticos no son personas conformistas, simplemente no tienen esperanzas y se meten en menos problemas.
El optimista, por defecto, no es una persona inconforme. Lo que pasa es que tiene expectativas o esperanzas o deseos y saca fuerzas de donde sea con tal de no conformarse.
A la hora de tomar una decisión es imprescindible tener las cosas claras y saber de qué lado estamos. ¿Compras el billete de lotería? ¿Aceptas unas disculpas? ¿Te cambias de trabajo? Pero no es tan sencillo. A veces me confunden las generalizaciones, esa manía que tiene la gente de generalizar: todos los jefes son iguales, todas las familias son iguales, todos los hombres (o las mujeres) son iguales. Estos preceptos señalan que nada puede ser mejor y funcionan como un complot contra del cambio.
Afortunadamente, la confusión no puede ser eterna y tenemos que elegir siempre. Probamos, buscamos sombra, cambiamos, renunciamos, respiramos, nos cortamos el pelo, nos mudamos, escapamos de los leones. Todo eso para estar mejor y, le duela a quien le duela, los errores están contemplados. Defiendo a la gente que tiene expectativas y esperanzas y deseos suficientes para hacer lo que haya que hacer, y sobre todo defiendo a los que no se arrepienten de nada.
Lo más común es encontrar a un escéptico en todas partes: en una pareja, en una empresa, en una fiesta, en un accidente. Les reconocemos básicamente porque no les importa nada. Es casi imposible relacionarse con ellos si uno es diferente. Digamos que es imposible contarles un problema, discutir, sorprenderlos o involucrarlos en algo, pero eso sí: es muy fácil tenerles algo de envidia. Los escépticos no son personas conformistas, simplemente no tienen esperanzas y se meten en menos problemas.
El optimista, por defecto, no es una persona inconforme. Lo que pasa es que tiene expectativas o esperanzas o deseos y saca fuerzas de donde sea con tal de no conformarse.
A la hora de tomar una decisión es imprescindible tener las cosas claras y saber de qué lado estamos. ¿Compras el billete de lotería? ¿Aceptas unas disculpas? ¿Te cambias de trabajo? Pero no es tan sencillo. A veces me confunden las generalizaciones, esa manía que tiene la gente de generalizar: todos los jefes son iguales, todas las familias son iguales, todos los hombres (o las mujeres) son iguales. Estos preceptos señalan que nada puede ser mejor y funcionan como un complot contra del cambio.
Afortunadamente, la confusión no puede ser eterna y tenemos que elegir siempre. Probamos, buscamos sombra, cambiamos, renunciamos, respiramos, nos cortamos el pelo, nos mudamos, escapamos de los leones. Todo eso para estar mejor y, le duela a quien le duela, los errores están contemplados. Defiendo a la gente que tiene expectativas y esperanzas y deseos suficientes para hacer lo que haya que hacer, y sobre todo defiendo a los que no se arrepienten de nada.
31.8.07
El corazón partío

La última semana que pasé en Espinho, Gustavo y "la bebita", es decir, Marjorie, vinieron desde Bruselas a visitarme. Tienen un niño que es un santo. Ya lo conocía, porque vinieron el año pasado a la Feria de Frankfurt pero ahora, que está más grande, ha desarrollado al máximo su ternura con el mundo y con todo lo que le rodea. No hay más remedio que rendirse a sus pies. Aquí arriba está su foto, de cuando estuvimos en una de las bodegas más interesantes de Oporto, la de Ramos Pinto. Ahora la bebita está embarazada de Hannah, que nacerá en diciembre.
Esos días con ellos me permitieron disfrutar de lo mejor que tenía vivir en Caracas: el encompinchamiento. Comimos desenfrenadamente y a deshoras. Primero el helado, después la sopa, después la merienda, después el plato fuerte, como iba saliendo. Hablamos hasta la madrugada. Fuimos juntos al supermercado y a la peluquería. Hicimos planes entusiastas que probablemente nunca vayamos a llevar a cabo, pero que sirven de terapia. Nos relajamos y nos sentimos en familia. En resumidas cuentas: el broche de oro de las vacaciones.
Por supuesto: el lunes cuando me senté en la oficina a las 8 de la mañana, después de 30 días, no tenía lo que aquí llaman "el sindrome postvacacional", tenía en el corazón partío.
3.8.07
Espinho
Me gusta mucho Portugal y tengo suerte. Tengo lazos que me unen a este país por partida doble. Mi padre y mi padrastro son del mismo pueblo de Oporto: Espinho. De dos comunidades vecinas del mismo pueblo: Anta y Silvalde.
He venido desde la infancia a este lugar y todo me parece conocido. La playa, el malecón, la rua 19, el olor del peixe fresco y del frango de la churrasquería, el hotel Praia Golf, la barra del Esquimó, las viejas vestidas de negro que están por todas las esquinas vendiendo sardinhas de noso mar, la piscina Atlántica, los gitanos de la Feira, los acuarios de los restaurantes llenos de langostas y cangrejos, el pan de ló, las antiguas casonas forradas de azulejos y ventanales de madera con palmeras en la entrada, los pasteles de nata, el prego no pão, el recorrido que hace el tren a Oporto y que pasa por Miramar...
De hecho, cuando estoy en Espinho e incluso cuando vengo de camino, estoy segura de que tengo una doble identidad. Lejos de aquí, sólo tengo dos pasaportes.
Sin embargo, por simples circunstancias, no estoy segura de estar unida a mis figuras paternas por medio de un lazo tan fuerte como el que me une a todas estas maravillas que descubrí en la infancia y que sigo reviviendo con cada viaje.
Lo bueno de los amigos es que siempre están ahí, aunque estén en otra parte, y te entusiasman. Gracias a mi amigo Marcelo Simonetti, que ahora mismo está justo en las coordenadas contrarias, en el Pacífico sur, en invierno, he caído en la tentación de ver los anuncios inmobilarios de Espinho. Nunca se sabe.
He venido desde la infancia a este lugar y todo me parece conocido. La playa, el malecón, la rua 19, el olor del peixe fresco y del frango de la churrasquería, el hotel Praia Golf, la barra del Esquimó, las viejas vestidas de negro que están por todas las esquinas vendiendo sardinhas de noso mar, la piscina Atlántica, los gitanos de la Feira, los acuarios de los restaurantes llenos de langostas y cangrejos, el pan de ló, las antiguas casonas forradas de azulejos y ventanales de madera con palmeras en la entrada, los pasteles de nata, el prego no pão, el recorrido que hace el tren a Oporto y que pasa por Miramar...
De hecho, cuando estoy en Espinho e incluso cuando vengo de camino, estoy segura de que tengo una doble identidad. Lejos de aquí, sólo tengo dos pasaportes.
Sin embargo, por simples circunstancias, no estoy segura de estar unida a mis figuras paternas por medio de un lazo tan fuerte como el que me une a todas estas maravillas que descubrí en la infancia y que sigo reviviendo con cada viaje.
Lo bueno de los amigos es que siempre están ahí, aunque estén en otra parte, y te entusiasman. Gracias a mi amigo Marcelo Simonetti, que ahora mismo está justo en las coordenadas contrarias, en el Pacífico sur, en invierno, he caído en la tentación de ver los anuncios inmobilarios de Espinho. Nunca se sabe.
24.7.07
Odette. Una comedia sobre la felicidad

Hoy a las 7:30, en lugar de ir al trabajo como lo hago siempre, en autobús, he ido andando. Atravesé el parque de El Retiro y tuve media hora para desintegrarme en el paisaje y olvidarme de las circunstancias. Como un baño en el mar.
Mi horóscopo dice que las circunstancias no son favorables en el trabajo, con razón. Lo bueno es que las vacaciones empiezan el 27 de julio, y este año sí tengo un plan. Voy a Portugal, y durante 28 días podré mirar de frente al Atlántico.
No voy a tomar ninguna decisión importante. No se toman decisiones en las vacaciones. Me voy a llenar de energía para las que voy a tomar al llegar. Necesito esa energía. Me acordaré de Odette, y de Amelie, por supuesto.
19.7.07
María dos Prazeres
Hay un cuento de García Márquez que se llama María dos Prazeres, que me ha despertado la necesidad de estar preparada. Ella es una colombiana que ha hecho su vida en Barcelona, como prostituta. Cuando empieza a sentir que el final está a punto de llegar, quiere comprar una parcela en el cementerio de Montjuic. En ese cementario, que está encima de la montaña, estará siempre a salvo de las inundaciones y podrá escapar de una de sus pesadillas. Lo leí hace mucho y no ha dejado de acompañarme.
Ayer fui a una conferencia informativa sobre el Máster de Dirección de Marketing y Ventas en el Instituto de Empresa. No fui por equivocación o por simple curiosidad. Tengo una razón de peso para plantearme una opción así.
No quiero llegar pobre a la vejez. No hay nada más. Cada uno tiene sus debilidades y yo quiero tener vestidos bonitos, quiero usar unos Chanel que me tapen la cara, llevar cada pelo en su sitio, visitar a mis amigos por el mundo y recibirlos en mi casa, ir a la librería y al cine después de la siesta, hacer talleres en los museos, levantarme todos los días en un pequeño apartamento, impecable, frente al mar y, sobre todo, quiero recorrer Italia.
Es muy sencillo: me he dado cuenta de que por el camino que voy no es posible. Creo que ese Máster puede ayudarme a dar un giro que me permita dentro de 30 años tener la vida que quiero. Evidentemente la decisión implica muchas cosas: una deuda, un cambio de mentalidad, un esfuerzo personal, un voto de confianza en mí. No estoy segura de que lo vaya a hacer, no estoy segura de que ese Máster sea la única opción, pero lo voy a pensar.
Ayer fui a una conferencia informativa sobre el Máster de Dirección de Marketing y Ventas en el Instituto de Empresa. No fui por equivocación o por simple curiosidad. Tengo una razón de peso para plantearme una opción así.
No quiero llegar pobre a la vejez. No hay nada más. Cada uno tiene sus debilidades y yo quiero tener vestidos bonitos, quiero usar unos Chanel que me tapen la cara, llevar cada pelo en su sitio, visitar a mis amigos por el mundo y recibirlos en mi casa, ir a la librería y al cine después de la siesta, hacer talleres en los museos, levantarme todos los días en un pequeño apartamento, impecable, frente al mar y, sobre todo, quiero recorrer Italia.
Es muy sencillo: me he dado cuenta de que por el camino que voy no es posible. Creo que ese Máster puede ayudarme a dar un giro que me permita dentro de 30 años tener la vida que quiero. Evidentemente la decisión implica muchas cosas: una deuda, un cambio de mentalidad, un esfuerzo personal, un voto de confianza en mí. No estoy segura de que lo vaya a hacer, no estoy segura de que ese Máster sea la única opción, pero lo voy a pensar.
17.7.07
Barcelona
Nada más me bajé en Sants y ya se notaba la diferencia: entre Barcelona y Madrid, dejando a un lado las consideraciones formales, la diferencia fundamental es la playa, sin lugar a dudas. ¡En Madrid no hay playa, vaya, vaya!
Una ciudad que gira en torno al mar, como Barcelona, es otra cosa. No se trata de una traición a mi pasión por el Caribe ni una de las trampas de la memoria. Atravesé La Barceloneta hacia la playa con taquicardia y eso es lo que cuenta.
Quizá lo más difícil de vivir en Madrid sea sobrevivir al verano. En invierno no me doy cuenta de que estoy atrapada en Castilla, por eso a partir de mayo lo único que quiero es llegar al mar.
Ahora que estoy de vuelta me imagino que Araya va a jugar esta tarde en la Playa del Ensanche. Me la imagino sonriendo con sus pañales acuáticos y mi estancia aquí en Castilla se diluye fácilmente.
Amén a la copa de cava que nos tomamos sus padres y yo en la terraza de La Pedrera, el sábado por la noche. Espero entrar en el dinámico periplo de la estirpe de Araya lo más pronto posible, no me quiero peder sus primeras palabras que están a punto de salir.
Una ciudad que gira en torno al mar, como Barcelona, es otra cosa. No se trata de una traición a mi pasión por el Caribe ni una de las trampas de la memoria. Atravesé La Barceloneta hacia la playa con taquicardia y eso es lo que cuenta.
Quizá lo más difícil de vivir en Madrid sea sobrevivir al verano. En invierno no me doy cuenta de que estoy atrapada en Castilla, por eso a partir de mayo lo único que quiero es llegar al mar.
Ahora que estoy de vuelta me imagino que Araya va a jugar esta tarde en la Playa del Ensanche. Me la imagino sonriendo con sus pañales acuáticos y mi estancia aquí en Castilla se diluye fácilmente.
Amén a la copa de cava que nos tomamos sus padres y yo en la terraza de La Pedrera, el sábado por la noche. Espero entrar en el dinámico periplo de la estirpe de Araya lo más pronto posible, no me quiero peder sus primeras palabras que están a punto de salir.
6.7.07
El Centro de Caracas
Mi lugar preferido de pequeña era el Centro de Caracas. No vivíamos allí pero Ernestina e Ismenia, las mujeres que me criaron, me llevaron todos sábados. Íbamos en autobús: uno grande, azul y blanco, por la Andrés Bello y la Urdaneta. Un sábado nos bajábamos del autobús en la joyería Arte Katino y otro en el correo de Carmelitas.
El paseo se trazaba fundamentalmente en tres ejes: la Plaza Bolívar, el Pasaje Zing y la Plaza El Venezolano.
En la Plaza de Bolívar ya había que hacer milagros para encontrarse a una pereza pero la buscábamos igual. Luego, un tour por la Catedral para dejar prendida una vela y otro por nuestro dorado personal: el edificio de La Francia, la joyería de las joyerías. Encontrarse con Dios y con el Diablo, en diagonal, tiene su gracia.
Al Pasaje Zing, un sitio moderno, precioso, con escaleras mecánicas de madera, íbamos de shopping. Aunque a veces no compráramos nada. Cuando conocí el centro comercial de las torres gemelas en Nueva York, me acordé del Pasaje Zing. Tienen un punto de comparación sólo en mi cabeza infantil, pero lo tienen. La meta era estar dentro de una tienda de ropa para mujeres y niñas, donde alguna que otra vez me compraban unos zapatos o un vestido, que yo misma podía elegir. Toda la ropa colgada estaba envuelta con un forro transparente y eso le daba un toque tradicional, típico del Centro de Caracas. Nunca he visto eso en otra parte.
La Plaza El Venezolano era el escenario principal de la gala. Allí estaban todas las piñaterías, donde empecé a soñar y a desear y donde me inicié como consumidora. Me gastaba los ahorros de la semana en baratijas de vaga definición. También estaba La Linda, una mercería donde buscábamos siempre algo: un hilo de color raro, una aguja para bordar, seis botones para una camisa, un par de broches para una falda, un cierre azul, un metro de liga blanca. De ahí pasábamos a la casa de Simón Bolívar y me decían: “sólo un paseo veloz, negrita” y eso hacía. Al final almorzábamos en La Atarraya, carne a la parrilla. A pesar de lo poco que yo comía entonces era la mejor comida del mundo y, por supuesto, el mejor restaurante.
Aquel paraíso ha terminado hace mucho. Caracas ha cambiado como es natural que pase en un país joven y revuelto. Ahora debe haber otro centro de Caracas. Por otra parte yo vivo aquí desde hace cuatro años y estoy muy lejos. Sin embargo, estoy segura de que descubrí en la infancia el secreto de la felicidad que consiste en la repetición de las pequeñas cosas, gracias a estas dos maravillosas mujeres.
El paseo se trazaba fundamentalmente en tres ejes: la Plaza Bolívar, el Pasaje Zing y la Plaza El Venezolano.
En la Plaza de Bolívar ya había que hacer milagros para encontrarse a una pereza pero la buscábamos igual. Luego, un tour por la Catedral para dejar prendida una vela y otro por nuestro dorado personal: el edificio de La Francia, la joyería de las joyerías. Encontrarse con Dios y con el Diablo, en diagonal, tiene su gracia.
Al Pasaje Zing, un sitio moderno, precioso, con escaleras mecánicas de madera, íbamos de shopping. Aunque a veces no compráramos nada. Cuando conocí el centro comercial de las torres gemelas en Nueva York, me acordé del Pasaje Zing. Tienen un punto de comparación sólo en mi cabeza infantil, pero lo tienen. La meta era estar dentro de una tienda de ropa para mujeres y niñas, donde alguna que otra vez me compraban unos zapatos o un vestido, que yo misma podía elegir. Toda la ropa colgada estaba envuelta con un forro transparente y eso le daba un toque tradicional, típico del Centro de Caracas. Nunca he visto eso en otra parte.
La Plaza El Venezolano era el escenario principal de la gala. Allí estaban todas las piñaterías, donde empecé a soñar y a desear y donde me inicié como consumidora. Me gastaba los ahorros de la semana en baratijas de vaga definición. También estaba La Linda, una mercería donde buscábamos siempre algo: un hilo de color raro, una aguja para bordar, seis botones para una camisa, un par de broches para una falda, un cierre azul, un metro de liga blanca. De ahí pasábamos a la casa de Simón Bolívar y me decían: “sólo un paseo veloz, negrita” y eso hacía. Al final almorzábamos en La Atarraya, carne a la parrilla. A pesar de lo poco que yo comía entonces era la mejor comida del mundo y, por supuesto, el mejor restaurante.
Aquel paraíso ha terminado hace mucho. Caracas ha cambiado como es natural que pase en un país joven y revuelto. Ahora debe haber otro centro de Caracas. Por otra parte yo vivo aquí desde hace cuatro años y estoy muy lejos. Sin embargo, estoy segura de que descubrí en la infancia el secreto de la felicidad que consiste en la repetición de las pequeñas cosas, gracias a estas dos maravillosas mujeres.
1.6.07
Araya
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Araya es la hija de Rodolfo y Ximena. Tiene unos ojos preciosos, que le deben venir, pienso, de sus antepasados peruanos. La familia de Ximena es una mutación. Su madre es peruana, su padre italiano, y sus hermanas y ella han nacido, estudiado y vivido en distintas ciudades del mundo, aunque todos en algún momento coincidieron mucho tiempo en Caracas.
A Ximena la ví embarazada dos veces. Una con tres meses, en Cabo de Gata, Almería. Otra cuando estaba a punto de parir, un fin de semana soleado, en Londres. Después, cuando Araya nació, su papá colgó las fotos en una web: http://www.araya-luna.com/ A los tres meses fui a Tarifa, Cádiz, a conocer a Araya. Pasamos un par de días en un hotel en la playa. Aunque sus padres estaban cansados y toda su atención se concentrada en el cuidado de la niña, creo que se portaba muy bien. Una noche, dando vueltas por el jardín, se quedó dormida en mis brazos. Al día siguiente regresé a Madrid en tren y no la he vuelto a ver.
Cuando dejas de ver a un niño durante unos meses, ya no le conoces ni te conoce. Dentro de poco la volveré a ver, probablemente en Barcelona, y entonces será un descubrimiento.
Araya vive en Barcelona, pero ya ha vivido en Londres y en Sydney. También ha visitado Korea y no sé qué otras ciudades. Sus padres también han viajado y viajan mucho.
A veces yo me he negado a cambiar algo de lugar, un mueble, por ejemplo, simplemente porque me parece que si todo está en orden y las cosas no cambian la vida es más fácil, pero no creo que sea así, de verdad.
A Ximena la ví embarazada dos veces. Una con tres meses, en Cabo de Gata, Almería. Otra cuando estaba a punto de parir, un fin de semana soleado, en Londres. Después, cuando Araya nació, su papá colgó las fotos en una web: http://www.araya-luna.com/ A los tres meses fui a Tarifa, Cádiz, a conocer a Araya. Pasamos un par de días en un hotel en la playa. Aunque sus padres estaban cansados y toda su atención se concentrada en el cuidado de la niña, creo que se portaba muy bien. Una noche, dando vueltas por el jardín, se quedó dormida en mis brazos. Al día siguiente regresé a Madrid en tren y no la he vuelto a ver.
Cuando dejas de ver a un niño durante unos meses, ya no le conoces ni te conoce. Dentro de poco la volveré a ver, probablemente en Barcelona, y entonces será un descubrimiento.
Araya vive en Barcelona, pero ya ha vivido en Londres y en Sydney. También ha visitado Korea y no sé qué otras ciudades. Sus padres también han viajado y viajan mucho.
A veces yo me he negado a cambiar algo de lugar, un mueble, por ejemplo, simplemente porque me parece que si todo está en orden y las cosas no cambian la vida es más fácil, pero no creo que sea así, de verdad.
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