24.7.08

Cumpleaños


Finalmente ha bajado la temperatura. Tengo la ventana abierta de par en par y corre la brisa. Todas las luces del edificio que tengo enfrente están apagadas. No tengo que hacer nada. Silencio absoluto. Un lujo. Hoy cumplo 38 años. Para celebrar voy de paseo por la mañana, con Ismenia y Tieta, y esta noche con el CH voy al cine y a cenar en un japonés. El plan perfecto. No sé si hubiese hecho una fiesta, pero me resultaría complicado. Hace mucho que no veo a casi todos los amigos que viven en Madrid, algo imperdonable. Atrapada en otras historias, he perdido el mood para la vida social y no logro recuperarlo. El resto está de vacaciones, o están en Caracas, o están regados por el mundo. De todas maneras, me gustaría que supieran que les echaré de menos y que esperaré la ocasión para celebrar con cualquier excusa. Estoy pensando en Lucía, Fátima, Ignacio, Iago, Myriam, Joel, Emily, Juan César, Jaime, Rodolfo, Ximena, Tania, Selina, Luis, Marjorie, Gustavo, Italo, Liscano, Marcelo, Joanna, Mairí, Maytté, Arturo, Antonio, Argenis, Cristina, Gabriel, Natalia...

12.6.08

Sillas voladoras


Me gustan los parques de atracciones, sobre todo porque son el paraíso de la dispersión. Los juegos de feria y los peluches gigantes. Los trenes que regresan al mismo sitio. Los lugares maravillosos, misteriosos, peligrosos. El ruido. Las luces incandescentes. El algodón de azúcar, los refrescos, los perritos calientes. La posibilidad de perderte, de sorprenderte, de marearte, de cerrar los ojos y gritar delante de mucha gente, de subir muy alto, de bajar al fondo a gran velocidad, de experimentar el vacío. La montaña rusa me da bastante miedo pero suelo subirme en alguna, en cuanto alguien insiste.
En el Parque de Atracciones de Madrid hay sillas voladoras. La estructura está rodeada de árboles altos. Las sillas son de mimbre y están sujetas al techo por cadenas. Cuando estás dando vueltas, cada vez más rápido, te acercas tanto a los árboles que tienes la sensación de que vas a chocar contra ellos.
Me gustó mucho conocer ese parque el otro día. Mientras J y el CH estaban en la montaña rusa, yo aproveché para subirme en las sillas voladoras. La sensación es total, disfruté en grande. Me acordé del Tolón, el parque donde yo iba en Caracas cuando era niña y de sus sillas voladoras. Es una costumbre maravillosa la de reservarse algunas etapas sin superar.

16.5.08

Anita no piede el tren, a pesar de todo


Este es un diálogo de la película de Ventura Pons: Anita no pierde el tren, entre dos amigas, Anita (Rosa María Sardá) y Natalia (María Barranco).
Anita tiene 50 años. Cuando era niña quería ser actriz. En realidad, ha sido taquillera en una sala de cine, durante 34 años. Su jefe decide vender la sala y, de un día para otro, Anita se queda sin trabajo. Su perfil no encaja en la imagen de los nuevos tiempos. A falta de otras actividades, Anita asiste a diario a las obras y conoce al atractivo hombre-excavadora, mucho más joven que ella. Una noche le cuenta a su guapa vecina Natalia, que tiene unos 34-36 años, que está enamorada de él.


N: No hay tiempo que perder. ¿Cuál es nuestra meta? ¡Pescarlo! Me da igual si te casas, si te juntas...

A: Me das un poco de miedo

N: Miedo ni ostias. Son reglas infalibles basadas en una hipótesis absolutamente contrastada

A: Pero ¿qué hipótesis?

N: El hombre es un cazador por naturaleza y ¿qué es lo que más valora? La pieza más difícil de conseguir. Primera regla: Tú déjale tomar la iniciativa pero ponle muchas barreras, muchos obstáculos, muchas dificultades...

A: ¿Para qué?

N: Para comer pan con tomate... ¡Pa follar, coño! Anita, que pareces tonta. Segunda regla: ¿Por qué los hombres se echan para atrás cuando ven un compromiso?

A: Yo no lo sé

N: Porque las mujeres somos idiotas y nos abrimos enseguida. Y no, Anita, hay que dar mucha caña, caña, caña... En la primera cita, no más un beso. Y retrasar el momento del acto. Retrasa, retrasa, retrasa. Que se impaciente. Así en cuanto hagas el amor la pasión será el triple. Tercera regla: Cuando estés con el cigarrillo después de...

A: Es que yo no fumo

N: ¡Calla! Cuando estés con el cigarrillo después de no te pongas a hacer planes como una loca. Que si mañana, que si pasado, porque se asusta y sale corriendo.

A: Yo no entiendo

N: Es muy fácil, es el ABC

A: Pero Natalia, todo esto se contradice con lo que hemos ganado y aprendido las mujeres todos estos años

N: Y ¡para lo que nos ha servido! Eh, qué pasa, ¿es que a estas alturas eres una taquillera feminista?

A: ¡No! No soy feminista y por desgracia ni taquillera. No me lo puedo creer. ¿Es que las mujeres nos hemos quitado y quemado los sostenes para nada?

N: Pero ¿cuándo te has quitado tú los sostenes?

A: Yo no, pero lo he visto en una película

N: Ves demasiadas películas

A: Cuando por fin vivimos en una época en la que las mujeres podemos tomar la iniciativa, tú quieres que yo...

N: ¡Eres una taquillera feminista e intelectual!

Cuando vi por primera vez esta película, hace años en Caracas, alucinaba. Siempre me he acordado de Anita, por muchas razones. Porque nunca he escuchado los consejos de mis amigas-natalias, porque ella es una mujer valiente, porque está enamorada del cine, sin ser una cinéfila, y de paso porque yo cumpliré 50 años un día de estos, como todo el mundo.

15.5.08

Araya's Birthday. London (3/3)

A Araya le gustan mucho los libros. Tiene su propia biblioteca y, si te despistas un momento, ella misma va a buscarte uno para que se lo leas. Mientras está escuchando la historia está interesadísima, se rie, se sorprende... Su preferido es uno que tiene las letras de las canciones y un sistema para escucharlas. En el parque se lanza sin pestañar por los toboganes más altos. Cuando llega abajo te mira con picardía. Le gustan las uvas y la coliflor. Se acuerda de Tieta, desde la última vez que la vio en semana santa, y llama Tieta a todos los perros. Sus padres, mis grandes amigos, Rodolfo y Ximena, le regalaron un Arca de Noe, con todas las parejas de animales. Un juguete de diseño, hecho con madera.

El próximo año Araya va a empezar el colegio y sus padres están buscando uno que sea lo suficientemente bueno para que ella tenga todas las oportunidades abiertas cuando sea grande. Están preocupados porque la mayoría de los buenos colegios en Inglaterra son religiosos y ellos no lo son.

De pequeña, yo fui a varios colegios laicos y regulares. Mi educación religiosa estuvo a cargo de Ismenia (la señora que me crió junto a mi tía Ernestina). A partir del día que escuché la historia del Arca de Noe, estaba convencida de que el diluvio se iba a repetir y de que yo me iba a salvar. Eso sí, sin tener que competir con ninguna fiera ni aplastar a ningún insecto. Mi proyecto infantil consistía en desarrollar una estrategia infalible que me permitiera subir al arca. Y lo conseguí, me he salvado -varias veces.

Para evitarle tales dificultades a Araya, comprendo que sus padres busquen una manera de abrirle las puertas desde ahora.

Family. London (2/3)


En una pastelería cualquiera de Soho, en Londres, me encontré con una vitrina completa llena de figuritas de novios y novias. Por parejas, heterosexuales, gays y lesbianas. Personajes negros y rubios. Inclusive, piezas individuales para formar combinaciones.

Me alegré mucho de saber que los tradicionales "muñecos de torta", como se llaman en Venezuela, no han pasado de moda. Me alegré de que sigan allí, después de un restyling político y que ahora puedan dar una imagen que represente mejor lo que somos. Al fin y al cabo, las familias son como son.

14.5.08

Lost property. London (1/3)





El 10 de mayo cumplía 5 años en España y, ese mismo día, salí de casa al amanecer para ir a Londres. En Madrid el cielo estaba gris, llovía y hacía frío. Sorprendentemente, en Londres, el cielo estaba azul y hacía calor. Aunque se tratara de una de esas irónicas consecuencias del desastre climático, lo interpreté como una buena señal. Al llegar, me hice esta foto en un pequeño parque de Notting Hill.


Llegué con unas cuantas dudas y, no sé por qué, quería caminar por Charing Cross, por Chinatown, por Soho... Creo que la mejor manera que tengo para encontrar algo interesante es buscarlo en callecitas como esas.


Siempre tengo la sensación de que puedo orientarme mejor en el caos de las grandes ciudades, como si tuviera los mapas grabados en un cardio-gps particular. No me acuerdo de los nombres de las calles, pero voy como pez en el agua entre la inmensidad de la gente, las tiendas y el tráfico. Eso me ha pasado en NY y en Buenos Aires, y es probable que me pase también en el DF, en Sao Paulo o en Tokio, si alguna vez llego hasta allí. En cambio, en medio del campo me siento perdida (aunque la naturaleza no tenga la culpa de nada).

En oportunidades anteriores, no había ido a Londres con el próposito de buscar algo, como esta vez. A veces somos así de raros y creemos que todo está en orden. Sin embargo, el 10 de mayo necesitaba rumiar mis dudas por ahí. En silencio, sin guía y sin reloj.

Esta foto la hice en una tienda de Chinatown. Cuando vi esos guantes huérfanos inmediatamente recordé que la esperanza debe ser siempre lo último que se pierda.

15.4.08

Espera a ciegas


Ayer una mujer y yo esperábamos al autobús en la parada de Francisco Silvela con Diego de León, a plena luz de mediodía. Ella llevaba un moderno abrigo de entretiempo, de cuadros negros y blancos, maquillaje fresco, cabello castaño de peluquería, uñas rojas, pendientes largos y tacones. Después de 15 minutos un autubús se acercaba. Más o menos cuando venía a 50 metros me preguntó si era el Circular, el C2. Hice un esfuerzo pero no le pude contestar, luego me sonreí. Me pasaba igual que a ella. Ni mi compañera, de unos 70 años, ni yo, éramos capaces de ver la nomenclatura sobre la cabecera del autobús. Al final sí que era el autobús que esperábamos las dos.

Mis problemas de la vista son viejos. Desde los los 4 años no veo bien y tengo que llevar mis gafas puestas. Por suerte los autobuses son ese tipo de cosas que si no puedes ver de lejos, no pasa nada. Incluso así, sin ser vistos, llegan en algún momento y siempre son bien recibidos.


Ilustración: Cartel de Snellen para el clásico examen de la vista.

8.4.08

El carro fantástico


A Maiela, que me hizo una pregunta.

¿Un carro grande? No se me ocurriría nunca. Los carros de cuatro puertas con maletero no se hicieron para mí. Si me regalaran uno, lo vendería. Hace diez años atrás o más pensaba que era un asunto generacional, que pasaría el tiempo, pero no ha sido así. De hecho, ahora creo que los carros pequeños son un estilo de vida, una marca de carácter.

Como dicen que es bueno tener algunas manías, me he permitido darle rienda suelta a mi atracción por los carros pequeños. ¿Por qué? Dentro de un carro pequeño me siento tan cómoda como un pez en el agua, dueña de mi mundo. No se me ocurre otra cosa para explicar en que se fundamenta mi atracción.

En Caracas tuve un Volkswagen Escarabajo, verde chillón. Tenía 21 años cuando lo compré y era del 70, así que ¡teníamos la misma edad! Fue una revelación. Me convertí en ídolo de mis pequeños hermanos. Ellos y sus amigos del cole se subían orgullosos en mi nave. Los valet parking me negaban el acceso a los restaurantes del este pero a veces pasaba por millonaria excéntrica. Era muy divertido. Aprendí a cambiar el platino y el condensador. Me hice amiga de un mecánico italiano, que me sacaba de apuros. Así que el carro se convirtió en mi modus vivendi. Se lo vendí a mi amigo Antonio González en el 96, la primera vez que vine a vivir a Madrid. Fue como dejarlo en mis manos. De hecho, nunca llegamos a arreglar los papeles. Después tuve un Renault Twingo, cero kilómetros, que fui a recoger en Mérida porque en Caracas estaba agotado. Era amarillo taxi y lo vendí para pagar el máster de edición en Madrid. No puedo separar esos carros de los grandes momentos, hemos compartido una vida sentimental.

Una de las principales causas por las que la gente prefiere tener un carro grande es la familia. Excusas. ¿A quién se le puede olvidar que las familias enteras viajaban dentro de unos vehículos más que compactos en los 70 y 80? Esa época feliz en la que no existían los monovolúmenes.

A mi no me tocó viajar con toda la troupe, incluidos la abuela, el perro y la bicicleta, porque fui hija única hasta los 10 años. Sin embargo, me di el lujo de viajar a los nueve años en un Mercedes Benz 280 SL, el modelo “pagoda”, desde Caracas hacia El Dorado, ida y vuelta. Todo el pequeño asiento trasero era para mí sola. Antes de llegar a Guasipati le recogimos el techo. Ese viaje fue fundamental, en sí mismo.

Ahora sueño con el Fiat 500 que ha salido. El remake del clásico. ¿Has visto La Dolce Vita?

Pues eso, lo que importa en mi vida puede ir dentro de un carro pequeño. Si es así, ¿para qué uno grande?

27.3.08

10 cosas que hacer antes de los 40

Desde mi punto de vista, con un poco de suerte, antes de cumplir los 30 puedes posponer unos cuantos planes o actividades. Uno piensa: ¡ya lo haré cuando tenga 30! Luego, con mucha suerte, el final de la década de los 30 puede llegar a sorprenderte sin haber llevado a la práctica muchos de esos planes. Supongo que eso quiere decir que has estado muy entretenido en otras cosas. Aunque siempre puedes pensar: ¡A los 40 también puedo! Y afortunadamente es cierto pero ¿por qué seguir postergando lo que te pide el cuerpo?

Me he entretenido haciendo una lista de las diez cosas que quiero hacer antes de los 40. Cosas que me harían más feliz o mejor persona o más saludable. No hay ninguna obligación, las obligaciones llegan por sí solas.

Aquí está:

1. Viajar en tren hacia el sur de Italia
2. Superar mi nivel de inglés, que no ha pasado de intermedio en años
3. Leer Los hermanos Karamasov en unas vacaciones
4. Regresar a NY
5. Aprender a nadar, como me recomendó mi astróloga
6. Entrenarme para correr
7. Hacer un curso de costura
8. Dar un paso más allá en el mundo laboral
9. Recuperar los diarios que escribí en los 80, a ver si hay algo rescatable
10. Decir lo que pienso, con más frecuencia


Cuando hice esta lista, pensé en las cosas que no pondría jamás. Tener un coche de cuatro puertas, por ejemplo, es algo que he descartado para siempre. Tener un hijo, porque es un gran deseo pero no de los que se pueden meter en una lista.

Por cierto, me da curiosidad saber quién tiene una lista para los próximos dos años y cuáles son las prioridades

13.2.08

Felicidad


De entrada, si me preguntan cómo llevo la felicidad no sé qué contestar, prefiero pasar a otro tema. La felicidad me pone muy nerviosa. No es tristeza ni resentimiento, nada de eso, simplemente estoy más preparada para la lucha contra los elementos que para las buenas noticias. Sospecho de las personas que practican deliberadamente el “buen rollo”, día tras día.

A lo que voy es a que la actitud natural, al menos para mi, es la de sobrevivir. Diría que es un ciclo: en primer lugar, sobrevivir. Con suerte, alegrarnos de sobrevivir y, de vez en cuando, ya como apoteosis, ser felices.

En la práctica a mí me ha pasado algo así. Durante los últimos siete años lo único que hice fue salvaguardar el nido, huir de las fieras para conservar el pellejo, espantar a los espíritus malignos, ponerme encima una piel para protegerme de las inclemencias metereológicas, llorar como un elefante por la partida de los seres queridos y hacer gracias como un mono para ganarme el pan. Más que aburrida, estos años me dejaron incrédula y agotada, pero el momento llegó.

Hace dieciocho meses, Tieta y yo conocimos al Chapulín Colorado en El Retiro, nuestro lugar preferido en esta ciudad sin playa. Era una tarde de primavera, cálida pero no calurosa, bajo ese cielo tan bonito que tiene Madrid.

En el mismo parque, hace 21 días, nos hicimos esta foto, el día que celebramos nuestra boda. A pesar de que es invierno todavía, estábamos bajo un cielo de privamera, ese tan bonito... Porque eso es lo que tiene la felicidad, que viene con todo.

Comparto esta noticia sólo por una razón, aunque hay muchas más: es lo mejor que me ha pasado en la vida, porque me la ha devuelto del todo.