13.2.08

Felicidad


De entrada, si me preguntan cómo llevo la felicidad no sé qué contestar, prefiero pasar a otro tema. La felicidad me pone muy nerviosa. No es tristeza ni resentimiento, nada de eso, simplemente estoy más preparada para la lucha contra los elementos que para las buenas noticias. Sospecho de las personas que practican deliberadamente el “buen rollo”, día tras día.

A lo que voy es a que la actitud natural, al menos para mi, es la de sobrevivir. Diría que es un ciclo: en primer lugar, sobrevivir. Con suerte, alegrarnos de sobrevivir y, de vez en cuando, ya como apoteosis, ser felices.

En la práctica a mí me ha pasado algo así. Durante los últimos siete años lo único que hice fue salvaguardar el nido, huir de las fieras para conservar el pellejo, espantar a los espíritus malignos, ponerme encima una piel para protegerme de las inclemencias metereológicas, llorar como un elefante por la partida de los seres queridos y hacer gracias como un mono para ganarme el pan. Más que aburrida, estos años me dejaron incrédula y agotada, pero el momento llegó.

Hace dieciocho meses, Tieta y yo conocimos al Chapulín Colorado en El Retiro, nuestro lugar preferido en esta ciudad sin playa. Era una tarde de primavera, cálida pero no calurosa, bajo ese cielo tan bonito que tiene Madrid.

En el mismo parque, hace 21 días, nos hicimos esta foto, el día que celebramos nuestra boda. A pesar de que es invierno todavía, estábamos bajo un cielo de privamera, ese tan bonito... Porque eso es lo que tiene la felicidad, que viene con todo.

Comparto esta noticia sólo por una razón, aunque hay muchas más: es lo mejor que me ha pasado en la vida, porque me la ha devuelto del todo.

23.1.08

Un lobo en el polígono industrial


Hay problemas que no tienen solución. La ansiedad de Tieta, por ejemplo. Esfuerzo, entusiasmo, rutina, carácter, voluntad, ejercicio, fe, optimismo, espacio, ruegos, veterinarios, medicamentos, juguetes… Nada ha servido para ayudarla a controlar la ansiedad cuando se queda sola en casa. Ella no ha podido dejar de llorar y yo no he podido encontrar una solución para dejar de trabajar y estar en casa.

El lugar donde vivíamos antes era el paraíso de los perros. Había dos y tres en cada piso. Como una gran manada inmobiliaria. Qué pena tener que salir del paraíso sin tener culpa de nada, sólo porque el propietario se le ocurrió hacer un apartamento en una terraza y sin permiso de obras. En el nuevo edificio no hemos pasado la prueba. La vecina ya se quejó tres veces, por escrito y en persona, conmigo, con la portera y con el propietario del edificio. Hice lo que pude y también le pedí disculpas. Al final, cuando no tenía otra alternativa que matar a la vecina, apareció el Chapulín Colorado.

El tren de cercanías de Madrid, para mi sorpresa y la de muchos, permite llevar perros con bozal. Así de fácil. De esa manera Tieta viajará con el superhéroe los lunes por la mañana y los viernes por la noche en tren, para pasar la semana en el taller de un polígono, en las antípodas de un pueblito al suroeste de la comunidad de Madrid. Donde el diablo dejó las cholas.

Durante el día, la niña de los ojos moros estará acompañada y será muy feliz. No me echará de menos en ese universo eminentemente masculino. Yo sí, y para compensar un poco su ausencia todavía no he decidido qué hacer. Supongo que lo mismo le pasa a las madres cuando dejan a sus cachorros en la guardería por primera vez. Una mezcla de culpa con intranquilidad, dolor y otros tormentos.
Por las noches, cuando termine la actividad en el taller, Tieta se quedará sola. Sus aullidos irrumpirán con más fuerza que nunca, nadarán en un silencio desconocido para ella. Probablemente nadie la escuchará, pero yo sabré que hay un lobo en el polígono industrial.

26.12.07

Hallacas made in Spain


El sábado, en el paso de cebra que está frente al Corte Inglés de Goya, la señora que iba a mi lado le decía a su acompañante: ¡Vamos mujer, date prisa, se van a acabar los turrones, estoy segura! Detrás de ella entré en la tienda y me perdí en la abundancia. Allí, en la meca de las compras navideñas, había innumerables familias envueltas por el olor de los jamones, entre filas de mazapan, torres de champagne y langostinos bien dispuestos en el mostrador. ¿Cómo serán sus reuniones familiares? Me pregunto siempre en víspera de nochebuena.

Gracias a las contradicciones afortunadas hay una tradición en mi vida. Tiene que ver con la navidad venezolana y con las dos mujeres que me criaron, Ernestina e Ismenia. Así que este año intenté revivir esa tradición que para mí significaba una actividad llena de placeres.

Hacer hallacas implicaba hacer una gran colecta de ingredientes. Disponer de dos días dedicados a la labor. Experimentar con la transformación de las texturas, olores y sabores a lo largo del proceso. Escuchar música. Ser flexible y tolerante. Crear un estilo propio. Solucionar problemas sobre la marcha. Amarrar. Sacar la cuenta de resultados. Hacer bromas. Y todo esto a la vez.

Espero haberle ofrecido a mis amigos, que vinieron encantados a participar, una experiencia tan agradable como la que yo viví ese día y aquellos días.

20.12.07

Destino

(de destinar)
1. m. Hado: fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los suceso.
2. m. Encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal.
3. m. Circunstancia de serle favorable o adversa esta supuesta manera de ocurrir los sucesos a alguien o a algo.
4. m. Consignación, señalamiento o aplicación de una cosa o de un lugar para determinado fin.
5. m. Empleo, ocupación.
6. m. Lugar o establecimiento en que alguien ejerce su empleo.
7. m. Meta, punto de llegada.

11.12.07

Dignidad

Chávez ha encarnado para muchos venezolanos la posibilidad de recuperar la dignidad o de conocerla. Algo que no mucha gente entiende, ya que esa dignidad no implica necesariamente mejorar o salir de la pobreza.

Hace bastante tiempo cené con la madre de mi amigo Arturo, que había venido de visita a Madrid, y me hizo varias preguntas: ¿Has encontrado a un hombre maravilloso? ¿Eres la jefa de prensa de Planeta? ¿Estás ganando mucho dinero? ¿Vives en un loft de diseño? ¿Tienes un coche nuevo? Desafortunadamente, tuve que decirle a todo que no. Era dependienta en una tienda de flamenco seis días a la semana, con un sueldo mínimo, alquilaba un cuarto en Carabanchel, mis prácticas en una editorial independiente no me aseguraban un empleo, no había novio ni pretendientes en el panorama, mis tres amigos no tenían contactos y me era imposible ver con claridad mi futuro más allá de un par de semanas. Tina, la madre de mi amigo, no lograba explicarse entonces mi felicidad. Me quedé pensando un minuto sobre mis últimos dos años en Caracas (sin pensar en la política) hasta que le dije: “creo que a mí me pasa exactamente como a los chavistas, he recuperado la dignidad”.

Ahora bien, no estoy de acuerdo con las motivaciones que llevan a Chávez a luchar por ganarse (y ganar a favor de los venezolanos) esa dignidad. Una lucha que viene desde el resentimiento y la venganza necesariamente cae en un juego perverso. Precisamente lo que ha logrado Chávez es remarcar el malestar. Por eso, cuando escucho o leo a un español progresista, a un intelectual socialista, que defiende el chavismo, no lo puedo entender. Apoyar la revolución bolivariana desde Europa puede parecer muy cool pero a mí me parece más bien una tendencia romántica, por no decir irresponsable.

Cuando la defensa de Chávez viene de personas cercanas, que han nacido en Venezuela o en otro país americano, siempre me pregunto, en medio de una discusión incómoda: ¿será porque yo nunca he estado muy jodida ni he sido lo suficientemente pobre? ¿Será porque fui a un colegio privado? ¿Será porque soy medio portuguesa? La gran pregunta es ¿necesito explicarles a mis amigos que se puede perfectamente no ser racista, ni elitista, ni clasista, sin ser tampoco chavista?

7.12.07

Infancia

Un domingo fuimos a comer en casa de una familia de inmigrantes españoles, amigos de mi padrastro y de mi madre, en La Candelaria. No recuerdo sus nombres pero la dueña de la casa era costurera. Había mucha gente, familia y amigos. Hasta que logré estar sola en el taller de costura pasó un tiempo. Un cuarto grandote, con maquinas, mesas de trabajo, muebles con cajones de madera, hilos de colores, revistas de moda, carretes de encajes, patrones, dibujos, abalorios, maniquíes medio vestidos, tijeras enormes y afiladas, almohadillas con alfileres de cabeza... Un parque temático de los 70. En mi casa no había visto jamás algo parecido, ninguna herramienta o materiales de aquellos y estaba absolutamente deslumbrada. Al final, cuando nos regresábamos a casa por la noche, en el carro, se dieron cuenta de que llevaba entre las manos un rollito de cinta bordada. Nos devolvimos de inmediato, después de una de las cóleras de Aquiles. Tuve que tocar la puerta, entregar el souvenir de aquella isla del tesoro y pedir perdón a su dueña. No he aprendido a coser pero desde entonces sueño con hacerlo.

Un día antes de la primera comunión nos pidieron a todos los niños que fuésemos a un ensayo general. Esperábamos sentados en los bancos a que uno por uno le llegara el turno de su encuentro con el cura. Primero hablaba un rato con ellos y luego les daba la ostia. Los comulgantes noveles se pasaban un rato de rodillas, con actitud de constricción. En eso me di cuenta de que el niño que estaba a mi lado era mi vecino. Se llamaba Ricardo y vivía en una casa frente a mi edificio, en La Florida. Nos conocíamos de vista solamente. Enseguida me contó con rabia que la marca roja que tenía en la cara había sido una de las palizas de su padre. No sabía qué hacer, pero conocía esa rabia, y le propuse que saliéramos al patio. Al fin y al cabo el cura no se iba a enterar, quedaban muchos niños todavía. Estuvimos jugando juntos el resto de la tarde. El día de la comunión fue un día estupendo. Me regalaron el libro de Heidi. Ricardo y Heidi son el mejor recuerdo que tengo de mi primera comunión.

Con diez años, cuando estaba cursando cuarto de primaria, le escribí a José Guillermo, una nota para que se empatara conmigo. Esa era la manera de hacerse novio o novia de alguien. Aunque la mayoría de las niñas que yo conocía no hicieron algo así, yo me decidí porque era un amor irremediable. Sobre el mismo papel me llegó una respuesta afirmativa, escrita por él o uno de sus amigos, donde se me proponía una cita para cerrar el pacto, que consistía en un beso. El lugar del encuentro era la cueva "Kiss", en la zona verde del colegio. Mi colegio no tenía parque, tenía zona verde. En mi país eso quiere decir un terreno, un fragmento de la naturaleza dejado de sí. A la hora, con los ojos cerrados, nos dimos un beso relámpago, delante de unos diez chicos. Inmediatamente salí de la cueva y al subir por la cuesta me caí sobre un matorral y me rompí la falda. No sé cómo pero todos en el patio de recreo sabían lo del beso y al verme con la falda rota la cosa se transformó en un escándalo. El joven director del colegio, que hasta entonces parecía ser un tipo bien moderno, nos hizo pasar a JG y a mí entre dos filas larguísimas de alumnos. Fue un simulacro de boda en toda regla.

4.12.07

My life with a dog

El dolor del domingo por la mañana lo dice todo. El día después de la mudanza uno no se despierta, resucita. Los brazos y la espalda te recuerdan que has trabajado en una oficina durante los últimos quince años y que desconoces lo que es el esfuerzo. Tanto pensar no sirve de nada.

Todo a mi alrededor es un maremagno y yo un barquito a la deriva. Imposible encontrar la cabeza o el jabón o el pan o un par de zapatos que no me rocen las ampollas. Pienso con cariño en esa idea tan lejana del sedentarismo. ¡Cómo es que he salido nómada, sin tener el don de la adaptación!

Miro con asombro un total de 100 cajas, bolsos, bolsas y maletas. Reconozco que podría vivir sin todo eso pero no puedo tomar una decisión tan importante en ese momento así que me doy unos minutos de reflexión antes de que se me ocurra una manera de empezar. A la derecha hay una caja que dice: “Literatura rusa, etc”. A la izquierda otra que dice: “Baño”. Entonces me alegro, no me he vuelto loca, sé inmediatamente por dónde empezar. En los momentos así, saber por donde empezar es un motivo de alegría.

Básicamente me dediqué todo el día a la cocina y al baño. No hay armarios ni muebles en la casa, así que el resto de las cajas las agrupé por su contenido e importancia en columnas y así se quedarán hasta nuevo aviso.

Cuando acabé con estas tareas, un poco zombi todavía, la casa ya tenía un poco de alma. Había encontrado un lugar fantástico en el centro de Madrid, más cerca del Retiro, con el suelo de madera y los techos altos, con mucha luz, con calefacción central, con la cocina nueva. En cuatro semanas había logrado resolver el problema en que me puso mi casero ilegal. Estaba muy contenta. Por fin podría descansar.

Salí a dar un paseo con Tieta y luego la dejé en casa mientras buscaba una cortina para el baño y comida para la semana. Me tardé unas dos horas. Al regresar encontré en la puerta una amenaza de mi vecina escrita en mayúsculas: "Encárgate de tu perro. No para de llorar. Es insoportable. Mañana te denunciaré con la policía y con ambiente si sigue igual". Salimos corriendo al veterinario. Empieza de nuevo el tratamiento para la ansiedad de separación y como dice Scarlet en Lo que el viento se llevó: mañana ya veremos. Siempre queda el recurso de matar a la señora.

De momento, una foto de la mudanza.

29.11.07

Presente


A mi amigo Arturo, de toda la vida.

Hoy salí corriendo por la mañana después de tomarme un te, taparme bien las ojeras y pasear un rato con Tieta por el Retiro, con cuatro grados y una gripe bien descuidada. Cuando llegué a la parada las puertas del autobús estaban cerradas y el chofer se puso en marcha. Seguí corriendo unos cinco minutos más y tomé otro autobús, de otra línea que también me sirve. Abrí mi libro en la parte en que la pequeña Sara se prepara para su visita de los sábados a Manhattan, el lugar más atractivo e interesante de sus fantasías, donde vive Gloria Star, su abuela, una excantante de night clubs. En eso se subió una señora con más de 70 años, de punta en blanco y unas gafas verdes, gigantes. Llegué a la oficina a las 9, como tenía que ser.

En esta historia no hay nada de increíble, lo mejor es eso. Me di cuenta en el mismo momento. Esas tonterías de todas las mañanas constituyen la parte esencial de mi mundo. El otro mundo, el de las obligaciones, las expectativas, el sector inmobiliario, el decorado, las relaciones públicas, el sueldo bruto al año, los compromisos, el control de cambio en Venezuela, no me pertenece del todo, yo casi siempre soy una circunstancia.
Me sentí muy contenta al darme cuenta de que había algo en mi vida tan importante y tan pequeño, imperceptible, intensamente placentero. Tal vez eso sea posible porque en la mañana, a esa hora, todavía estoy medio dormida. Hay un corto período en el que no se ha encendido el motor, desde el que me conecto a la actualidad, al prójimo, a las calamidades, a los prejuicios y resentimientos, a la memoria, al porvenir, al deseo.

Mi amigo Arturo Serrano me decía en Caracas, hace más de diez años, que le gustaba la sensación de ir en el metro tempranito a trabajar, con su comida en un pequeño bolso plástico, y su libro. Por fin lo he entendido y por eso le dedico estas líneas.


El dibujo de Caperucita Roja es del ilustrador Gustave Dore. El libro que me estoy leyendo es Caperutita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite.

22.11.07

Mi alma gemela


Victoria Katz se llamaba una chica que entró en mi clase al final de la carrera, en 1991. En tres años nunca habíamos coincidido y a simple vista no íbamos a coincidir. Ella era muy trabajadora y yo no. Ella estudiaba mucho y yo nada. Ella quería ser periodista y yo no sabía a que dedicarme. Ella escribía muy bien y yo ni por asomo. Ella era rubia y yo morena. Ella leía a Borges y yo a Echenique. Ella tenía una posición concienzuda sobre la política contemporánea y yo sobre la teoría del caos personal. Ella, gracias a sus genes hebreos, estaba predispuesta a sobrevivir y yo a perecer. Ella era porteña y yo caribeña. Ella sabía pelear con su Fiat 147 en ruinas y yo abandonaba a mi fiel escarabajo a la primera de cambio.



Sin embargo, esa chica y yo coincidíamos en cosas más interesantes, cosas que se pagan muy caro. Ni estábamos a la moda. Ni nos tomábamos en serio a nuestra generación. Ni estábamos dispuestas a hacerle el juego a los machos venezolanos. Ni teníamos casa. Ni un centavo. Ni una situación familiar realmente familiar. Y ya lo sabemos todos: las miserias son las que unen a la gente.

En aquellos días Victoria y yo nos instalamos en el apartamento de mi tía Ernestina, cuando estaba a punto de llevársela un tumor cerebral. En aquella casa nosotras hablamos de cosas intrascendentes sin parar, sin prisas, sin comer, sin salir, sin llamadas, sin visitas. Fue un buen comienzo para Victoria y para mí. Desde entonces hasta hoy nuestra amistad sigue intacta. Desde Tenerife, Buenos Aires, Caracas, Madrid, México hablamos repentinamente, con pasión, de las cosas que se pagan caro y de todo lo demás. Tenemos un ritmo que se recupera al instante. La última vez que nos vimos ella me enseñó Buenos Aires, en los carnavales del año 2000.

Todos los capítulos y temporadas de Sex & The City que vi en mi casa de Lavapiés hace un año me recordaron a Victoria y quedé convencida de que esa serie es una oda a la amistad, no al sexo.

Hoy me ha enviado esta foto con la vista que tiene ahora en su casa, en Miami. Ella sabe lo importante que es para mí.

19.11.07

El gigante en Leganés


Compramos cuatro entradas para un concierto a las 2 de la tarde del sábado, en la Plaza de Toros de Leganés. Nos pareció muy raro que fuera a las 2 pero bueno: “los organizadores sabrán”. Hicimos planes para estar de regreso a las 5 en Madrid.

Al llegar a la taquilla vimos el fondo de nuestro desconocimiento. No habíamos comprado entradas para un concierto, sino para el Festival de la Cumbia y después de oír la primera e inesperada noticia nos enteramos de la segunda: el Festival prometía extenderse hasta las 6 de la mañana. Evidentemente el “gigante” se dejaría ver a última hora. De eso no cabía duda.

En mi país, la cumbia tiene éxito en Occidente, por la frontera con Colombia y en Oriente, de Cumaná hacia el Atlántico, no sé por qué extrañas razones. Una vez me dijo un pescador de San Juan de Las Galdonas que era por el narcotráfico. Pero definitivamente la cumbia no es la reina.

En ese momento, naturalmente, pensé en huir por varias razones. Subjetivas, por supuesto. Uno. La cumbia no me gusta tanto, lo mío es la salsa. Dos. Estar 16 horas en una concentración de manera voluntaria, por el motivo que sea, no está entre mis motivaciones. Tres. 16 horas de cumbia son demasiadas.

Menos mal que lo pensé mejor, porque también tenía razones para quedarme. Uno. Estaba allí con la mejor compañía que se puede tener. Dos. Después de cinco años en estas tierras hay una palabra mágica: bailar. Lo que sea. Tres. Me alegra ver cuántos inmigrantes hay en España y lo bien que se lo pasan.

En medio de mis consideraciones secretas hizo su aparición el presentador, un hombre eufórico y dicharachero, una de esas voces del espectáculo que recuerdas para siempre si has sido niño en Latinoamérica. Alguien así como el doble de Amador Bendayán anunció los nombres y las agrupaciones participantes. Yo no conocía a nadie. Tampoco a la estrella principal, el “gigante”, pero ya había decidido quedarme, conocerlo y bailar cumbia hasta que mi cuerpo lo pudiera soportar.

Por la gracia de dios, Bronco apareció a las 2 de la mañana. Doce horas después, no más. Mexicano. Indio. Norteño. Guapo. Gigante. Ídolo de sus paisanos y sobre todo de bolivianos, paraguayos, peruanos y ecuatorianos, la mayoría esa noche. Aunque ya a esa hora no tenía la capacidad perceptiva en regla, me gustó mucho. Claro que tendré que escucharlo de nuevo cuando haya descansado. Al fin y al cabo, ¿qué tiene la cumbia de malo?

De regreso venía pensando en Caracas, donde la reina indiscutible es la salsa, y también en la inmigración. Ese fenómeno que no sólo provoca tantas transformaciones en el país de acogida sino, principalmente, en nosotros mismos.
Una página web ha publicado las fotos del evento. Hay que tener paciencia, pero por ahí aparecemos nosotros: http://www.nochelatina.es/broncos.htm