31.8.07

El corazón partío


La última semana que pasé en Espinho, Gustavo y "la bebita", es decir, Marjorie, vinieron desde Bruselas a visitarme. Tienen un niño que es un santo. Ya lo conocía, porque vinieron el año pasado a la Feria de Frankfurt pero ahora, que está más grande, ha desarrollado al máximo su ternura con el mundo y con todo lo que le rodea. No hay más remedio que rendirse a sus pies. Aquí arriba está su foto, de cuando estuvimos en una de las bodegas más interesantes de Oporto, la de Ramos Pinto. Ahora la bebita está embarazada de Hannah, que nacerá en diciembre.


Esos días con ellos me permitieron disfrutar de lo mejor que tenía vivir en Caracas: el encompinchamiento. Comimos desenfrenadamente y a deshoras. Primero el helado, después la sopa, después la merienda, después el plato fuerte, como iba saliendo. Hablamos hasta la madrugada. Fuimos juntos al supermercado y a la peluquería. Hicimos planes entusiastas que probablemente nunca vayamos a llevar a cabo, pero que sirven de terapia. Nos relajamos y nos sentimos en familia. En resumidas cuentas: el broche de oro de las vacaciones.


Por supuesto: el lunes cuando me senté en la oficina a las 8 de la mañana, después de 30 días, no tenía lo que aquí llaman "el sindrome postvacacional", tenía en el corazón partío.

3.8.07

Espinho

Me gusta mucho Portugal y tengo suerte. Tengo lazos que me unen a este país por partida doble. Mi padre y mi padrastro son del mismo pueblo de Oporto: Espinho. De dos comunidades vecinas del mismo pueblo: Anta y Silvalde.
He venido desde la infancia a este lugar y todo me parece conocido. La playa, el malecón, la rua 19, el olor del peixe fresco y del frango de la churrasquería, el hotel Praia Golf, la barra del Esquimó, las viejas vestidas de negro que están por todas las esquinas vendiendo sardinhas de noso mar, la piscina Atlántica, los gitanos de la Feira, los acuarios de los restaurantes llenos de langostas y cangrejos, el pan de ló, las antiguas casonas forradas de azulejos y ventanales de madera con palmeras en la entrada, los pasteles de nata, el prego no pão, el recorrido que hace el tren a Oporto y que pasa por Miramar...
De hecho, cuando estoy en Espinho e incluso cuando vengo de camino, estoy segura de que tengo una doble identidad. Lejos de aquí, sólo tengo dos pasaportes.
Sin embargo, por simples circunstancias, no estoy segura de estar unida a mis figuras paternas por medio de un lazo tan fuerte como el que me une a todas estas maravillas que descubrí en la infancia y que sigo reviviendo con cada viaje.

Lo bueno de los amigos es que siempre están ahí, aunque estén en otra parte, y te entusiasman. Gracias a mi amigo Marcelo Simonetti, que ahora mismo está justo en las coordenadas contrarias, en el Pacífico sur, en invierno, he caído en la tentación de ver los anuncios inmobilarios de Espinho. Nunca se sabe.