26.12.07

Hallacas made in Spain


El sábado, en el paso de cebra que está frente al Corte Inglés de Goya, la señora que iba a mi lado le decía a su acompañante: ¡Vamos mujer, date prisa, se van a acabar los turrones, estoy segura! Detrás de ella entré en la tienda y me perdí en la abundancia. Allí, en la meca de las compras navideñas, había innumerables familias envueltas por el olor de los jamones, entre filas de mazapan, torres de champagne y langostinos bien dispuestos en el mostrador. ¿Cómo serán sus reuniones familiares? Me pregunto siempre en víspera de nochebuena.

Gracias a las contradicciones afortunadas hay una tradición en mi vida. Tiene que ver con la navidad venezolana y con las dos mujeres que me criaron, Ernestina e Ismenia. Así que este año intenté revivir esa tradición que para mí significaba una actividad llena de placeres.

Hacer hallacas implicaba hacer una gran colecta de ingredientes. Disponer de dos días dedicados a la labor. Experimentar con la transformación de las texturas, olores y sabores a lo largo del proceso. Escuchar música. Ser flexible y tolerante. Crear un estilo propio. Solucionar problemas sobre la marcha. Amarrar. Sacar la cuenta de resultados. Hacer bromas. Y todo esto a la vez.

Espero haberle ofrecido a mis amigos, que vinieron encantados a participar, una experiencia tan agradable como la que yo viví ese día y aquellos días.

20.12.07

Destino

(de destinar)
1. m. Hado: fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los suceso.
2. m. Encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal.
3. m. Circunstancia de serle favorable o adversa esta supuesta manera de ocurrir los sucesos a alguien o a algo.
4. m. Consignación, señalamiento o aplicación de una cosa o de un lugar para determinado fin.
5. m. Empleo, ocupación.
6. m. Lugar o establecimiento en que alguien ejerce su empleo.
7. m. Meta, punto de llegada.

11.12.07

Dignidad

Chávez ha encarnado para muchos venezolanos la posibilidad de recuperar la dignidad o de conocerla. Algo que no mucha gente entiende, ya que esa dignidad no implica necesariamente mejorar o salir de la pobreza.

Hace bastante tiempo cené con la madre de mi amigo Arturo, que había venido de visita a Madrid, y me hizo varias preguntas: ¿Has encontrado a un hombre maravilloso? ¿Eres la jefa de prensa de Planeta? ¿Estás ganando mucho dinero? ¿Vives en un loft de diseño? ¿Tienes un coche nuevo? Desafortunadamente, tuve que decirle a todo que no. Era dependienta en una tienda de flamenco seis días a la semana, con un sueldo mínimo, alquilaba un cuarto en Carabanchel, mis prácticas en una editorial independiente no me aseguraban un empleo, no había novio ni pretendientes en el panorama, mis tres amigos no tenían contactos y me era imposible ver con claridad mi futuro más allá de un par de semanas. Tina, la madre de mi amigo, no lograba explicarse entonces mi felicidad. Me quedé pensando un minuto sobre mis últimos dos años en Caracas (sin pensar en la política) hasta que le dije: “creo que a mí me pasa exactamente como a los chavistas, he recuperado la dignidad”.

Ahora bien, no estoy de acuerdo con las motivaciones que llevan a Chávez a luchar por ganarse (y ganar a favor de los venezolanos) esa dignidad. Una lucha que viene desde el resentimiento y la venganza necesariamente cae en un juego perverso. Precisamente lo que ha logrado Chávez es remarcar el malestar. Por eso, cuando escucho o leo a un español progresista, a un intelectual socialista, que defiende el chavismo, no lo puedo entender. Apoyar la revolución bolivariana desde Europa puede parecer muy cool pero a mí me parece más bien una tendencia romántica, por no decir irresponsable.

Cuando la defensa de Chávez viene de personas cercanas, que han nacido en Venezuela o en otro país americano, siempre me pregunto, en medio de una discusión incómoda: ¿será porque yo nunca he estado muy jodida ni he sido lo suficientemente pobre? ¿Será porque fui a un colegio privado? ¿Será porque soy medio portuguesa? La gran pregunta es ¿necesito explicarles a mis amigos que se puede perfectamente no ser racista, ni elitista, ni clasista, sin ser tampoco chavista?

7.12.07

Infancia

Un domingo fuimos a comer en casa de una familia de inmigrantes españoles, amigos de mi padrastro y de mi madre, en La Candelaria. No recuerdo sus nombres pero la dueña de la casa era costurera. Había mucha gente, familia y amigos. Hasta que logré estar sola en el taller de costura pasó un tiempo. Un cuarto grandote, con maquinas, mesas de trabajo, muebles con cajones de madera, hilos de colores, revistas de moda, carretes de encajes, patrones, dibujos, abalorios, maniquíes medio vestidos, tijeras enormes y afiladas, almohadillas con alfileres de cabeza... Un parque temático de los 70. En mi casa no había visto jamás algo parecido, ninguna herramienta o materiales de aquellos y estaba absolutamente deslumbrada. Al final, cuando nos regresábamos a casa por la noche, en el carro, se dieron cuenta de que llevaba entre las manos un rollito de cinta bordada. Nos devolvimos de inmediato, después de una de las cóleras de Aquiles. Tuve que tocar la puerta, entregar el souvenir de aquella isla del tesoro y pedir perdón a su dueña. No he aprendido a coser pero desde entonces sueño con hacerlo.

Un día antes de la primera comunión nos pidieron a todos los niños que fuésemos a un ensayo general. Esperábamos sentados en los bancos a que uno por uno le llegara el turno de su encuentro con el cura. Primero hablaba un rato con ellos y luego les daba la ostia. Los comulgantes noveles se pasaban un rato de rodillas, con actitud de constricción. En eso me di cuenta de que el niño que estaba a mi lado era mi vecino. Se llamaba Ricardo y vivía en una casa frente a mi edificio, en La Florida. Nos conocíamos de vista solamente. Enseguida me contó con rabia que la marca roja que tenía en la cara había sido una de las palizas de su padre. No sabía qué hacer, pero conocía esa rabia, y le propuse que saliéramos al patio. Al fin y al cabo el cura no se iba a enterar, quedaban muchos niños todavía. Estuvimos jugando juntos el resto de la tarde. El día de la comunión fue un día estupendo. Me regalaron el libro de Heidi. Ricardo y Heidi son el mejor recuerdo que tengo de mi primera comunión.

Con diez años, cuando estaba cursando cuarto de primaria, le escribí a José Guillermo, una nota para que se empatara conmigo. Esa era la manera de hacerse novio o novia de alguien. Aunque la mayoría de las niñas que yo conocía no hicieron algo así, yo me decidí porque era un amor irremediable. Sobre el mismo papel me llegó una respuesta afirmativa, escrita por él o uno de sus amigos, donde se me proponía una cita para cerrar el pacto, que consistía en un beso. El lugar del encuentro era la cueva "Kiss", en la zona verde del colegio. Mi colegio no tenía parque, tenía zona verde. En mi país eso quiere decir un terreno, un fragmento de la naturaleza dejado de sí. A la hora, con los ojos cerrados, nos dimos un beso relámpago, delante de unos diez chicos. Inmediatamente salí de la cueva y al subir por la cuesta me caí sobre un matorral y me rompí la falda. No sé cómo pero todos en el patio de recreo sabían lo del beso y al verme con la falda rota la cosa se transformó en un escándalo. El joven director del colegio, que hasta entonces parecía ser un tipo bien moderno, nos hizo pasar a JG y a mí entre dos filas larguísimas de alumnos. Fue un simulacro de boda en toda regla.

4.12.07

My life with a dog

El dolor del domingo por la mañana lo dice todo. El día después de la mudanza uno no se despierta, resucita. Los brazos y la espalda te recuerdan que has trabajado en una oficina durante los últimos quince años y que desconoces lo que es el esfuerzo. Tanto pensar no sirve de nada.

Todo a mi alrededor es un maremagno y yo un barquito a la deriva. Imposible encontrar la cabeza o el jabón o el pan o un par de zapatos que no me rocen las ampollas. Pienso con cariño en esa idea tan lejana del sedentarismo. ¡Cómo es que he salido nómada, sin tener el don de la adaptación!

Miro con asombro un total de 100 cajas, bolsos, bolsas y maletas. Reconozco que podría vivir sin todo eso pero no puedo tomar una decisión tan importante en ese momento así que me doy unos minutos de reflexión antes de que se me ocurra una manera de empezar. A la derecha hay una caja que dice: “Literatura rusa, etc”. A la izquierda otra que dice: “Baño”. Entonces me alegro, no me he vuelto loca, sé inmediatamente por dónde empezar. En los momentos así, saber por donde empezar es un motivo de alegría.

Básicamente me dediqué todo el día a la cocina y al baño. No hay armarios ni muebles en la casa, así que el resto de las cajas las agrupé por su contenido e importancia en columnas y así se quedarán hasta nuevo aviso.

Cuando acabé con estas tareas, un poco zombi todavía, la casa ya tenía un poco de alma. Había encontrado un lugar fantástico en el centro de Madrid, más cerca del Retiro, con el suelo de madera y los techos altos, con mucha luz, con calefacción central, con la cocina nueva. En cuatro semanas había logrado resolver el problema en que me puso mi casero ilegal. Estaba muy contenta. Por fin podría descansar.

Salí a dar un paseo con Tieta y luego la dejé en casa mientras buscaba una cortina para el baño y comida para la semana. Me tardé unas dos horas. Al regresar encontré en la puerta una amenaza de mi vecina escrita en mayúsculas: "Encárgate de tu perro. No para de llorar. Es insoportable. Mañana te denunciaré con la policía y con ambiente si sigue igual". Salimos corriendo al veterinario. Empieza de nuevo el tratamiento para la ansiedad de separación y como dice Scarlet en Lo que el viento se llevó: mañana ya veremos. Siempre queda el recurso de matar a la señora.

De momento, una foto de la mudanza.

29.11.07

Presente


A mi amigo Arturo, de toda la vida.

Hoy salí corriendo por la mañana después de tomarme un te, taparme bien las ojeras y pasear un rato con Tieta por el Retiro, con cuatro grados y una gripe bien descuidada. Cuando llegué a la parada las puertas del autobús estaban cerradas y el chofer se puso en marcha. Seguí corriendo unos cinco minutos más y tomé otro autobús, de otra línea que también me sirve. Abrí mi libro en la parte en que la pequeña Sara se prepara para su visita de los sábados a Manhattan, el lugar más atractivo e interesante de sus fantasías, donde vive Gloria Star, su abuela, una excantante de night clubs. En eso se subió una señora con más de 70 años, de punta en blanco y unas gafas verdes, gigantes. Llegué a la oficina a las 9, como tenía que ser.

En esta historia no hay nada de increíble, lo mejor es eso. Me di cuenta en el mismo momento. Esas tonterías de todas las mañanas constituyen la parte esencial de mi mundo. El otro mundo, el de las obligaciones, las expectativas, el sector inmobiliario, el decorado, las relaciones públicas, el sueldo bruto al año, los compromisos, el control de cambio en Venezuela, no me pertenece del todo, yo casi siempre soy una circunstancia.
Me sentí muy contenta al darme cuenta de que había algo en mi vida tan importante y tan pequeño, imperceptible, intensamente placentero. Tal vez eso sea posible porque en la mañana, a esa hora, todavía estoy medio dormida. Hay un corto período en el que no se ha encendido el motor, desde el que me conecto a la actualidad, al prójimo, a las calamidades, a los prejuicios y resentimientos, a la memoria, al porvenir, al deseo.

Mi amigo Arturo Serrano me decía en Caracas, hace más de diez años, que le gustaba la sensación de ir en el metro tempranito a trabajar, con su comida en un pequeño bolso plástico, y su libro. Por fin lo he entendido y por eso le dedico estas líneas.


El dibujo de Caperucita Roja es del ilustrador Gustave Dore. El libro que me estoy leyendo es Caperutita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite.

22.11.07

Mi alma gemela


Victoria Katz se llamaba una chica que entró en mi clase al final de la carrera, en 1991. En tres años nunca habíamos coincidido y a simple vista no íbamos a coincidir. Ella era muy trabajadora y yo no. Ella estudiaba mucho y yo nada. Ella quería ser periodista y yo no sabía a que dedicarme. Ella escribía muy bien y yo ni por asomo. Ella era rubia y yo morena. Ella leía a Borges y yo a Echenique. Ella tenía una posición concienzuda sobre la política contemporánea y yo sobre la teoría del caos personal. Ella, gracias a sus genes hebreos, estaba predispuesta a sobrevivir y yo a perecer. Ella era porteña y yo caribeña. Ella sabía pelear con su Fiat 147 en ruinas y yo abandonaba a mi fiel escarabajo a la primera de cambio.



Sin embargo, esa chica y yo coincidíamos en cosas más interesantes, cosas que se pagan muy caro. Ni estábamos a la moda. Ni nos tomábamos en serio a nuestra generación. Ni estábamos dispuestas a hacerle el juego a los machos venezolanos. Ni teníamos casa. Ni un centavo. Ni una situación familiar realmente familiar. Y ya lo sabemos todos: las miserias son las que unen a la gente.

En aquellos días Victoria y yo nos instalamos en el apartamento de mi tía Ernestina, cuando estaba a punto de llevársela un tumor cerebral. En aquella casa nosotras hablamos de cosas intrascendentes sin parar, sin prisas, sin comer, sin salir, sin llamadas, sin visitas. Fue un buen comienzo para Victoria y para mí. Desde entonces hasta hoy nuestra amistad sigue intacta. Desde Tenerife, Buenos Aires, Caracas, Madrid, México hablamos repentinamente, con pasión, de las cosas que se pagan caro y de todo lo demás. Tenemos un ritmo que se recupera al instante. La última vez que nos vimos ella me enseñó Buenos Aires, en los carnavales del año 2000.

Todos los capítulos y temporadas de Sex & The City que vi en mi casa de Lavapiés hace un año me recordaron a Victoria y quedé convencida de que esa serie es una oda a la amistad, no al sexo.

Hoy me ha enviado esta foto con la vista que tiene ahora en su casa, en Miami. Ella sabe lo importante que es para mí.

19.11.07

El gigante en Leganés


Compramos cuatro entradas para un concierto a las 2 de la tarde del sábado, en la Plaza de Toros de Leganés. Nos pareció muy raro que fuera a las 2 pero bueno: “los organizadores sabrán”. Hicimos planes para estar de regreso a las 5 en Madrid.

Al llegar a la taquilla vimos el fondo de nuestro desconocimiento. No habíamos comprado entradas para un concierto, sino para el Festival de la Cumbia y después de oír la primera e inesperada noticia nos enteramos de la segunda: el Festival prometía extenderse hasta las 6 de la mañana. Evidentemente el “gigante” se dejaría ver a última hora. De eso no cabía duda.

En mi país, la cumbia tiene éxito en Occidente, por la frontera con Colombia y en Oriente, de Cumaná hacia el Atlántico, no sé por qué extrañas razones. Una vez me dijo un pescador de San Juan de Las Galdonas que era por el narcotráfico. Pero definitivamente la cumbia no es la reina.

En ese momento, naturalmente, pensé en huir por varias razones. Subjetivas, por supuesto. Uno. La cumbia no me gusta tanto, lo mío es la salsa. Dos. Estar 16 horas en una concentración de manera voluntaria, por el motivo que sea, no está entre mis motivaciones. Tres. 16 horas de cumbia son demasiadas.

Menos mal que lo pensé mejor, porque también tenía razones para quedarme. Uno. Estaba allí con la mejor compañía que se puede tener. Dos. Después de cinco años en estas tierras hay una palabra mágica: bailar. Lo que sea. Tres. Me alegra ver cuántos inmigrantes hay en España y lo bien que se lo pasan.

En medio de mis consideraciones secretas hizo su aparición el presentador, un hombre eufórico y dicharachero, una de esas voces del espectáculo que recuerdas para siempre si has sido niño en Latinoamérica. Alguien así como el doble de Amador Bendayán anunció los nombres y las agrupaciones participantes. Yo no conocía a nadie. Tampoco a la estrella principal, el “gigante”, pero ya había decidido quedarme, conocerlo y bailar cumbia hasta que mi cuerpo lo pudiera soportar.

Por la gracia de dios, Bronco apareció a las 2 de la mañana. Doce horas después, no más. Mexicano. Indio. Norteño. Guapo. Gigante. Ídolo de sus paisanos y sobre todo de bolivianos, paraguayos, peruanos y ecuatorianos, la mayoría esa noche. Aunque ya a esa hora no tenía la capacidad perceptiva en regla, me gustó mucho. Claro que tendré que escucharlo de nuevo cuando haya descansado. Al fin y al cabo, ¿qué tiene la cumbia de malo?

De regreso venía pensando en Caracas, donde la reina indiscutible es la salsa, y también en la inmigración. Ese fenómeno que no sólo provoca tantas transformaciones en el país de acogida sino, principalmente, en nosotros mismos.
Una página web ha publicado las fotos del evento. Hay que tener paciencia, pero por ahí aparecemos nosotros: http://www.nochelatina.es/broncos.htm

16.11.07

Emociones fuertes

Cuando uno se empeña en llevar una vida tranquila y acaba lográndolo pasa lo inevitable. Un día te despiertas y las cosas te caen todas encima, a la vez.
A tu casero lo han demandado por haber hecho obras ilegales en la terraza donde tú alquilaste un dúplex hace 11 meses. Cuando te lo dice tiene una sonrisa de alcabala, esas que ponemos en mi país cuando somos unos pringados y estamos frente a un militar armado en una carretera perdida y tropical.
Alquilar un apartamento en el centro de Madrid, en 4 semanas, alcanza un grado de dificultad máximo si tu cuenta está en cero. A pesar de eso el problema económico es un demonio con el que te has acostumbrado a pelear pero hay otro peor. La ansiedad por separación, una enfermedad propia del destierro.
Tú y tu perro han vivido juntos durante 7 años, en 7 casas diferentes de 3 continentes: América, África y Europa. Digamos que han hecho una carrera diplomática del tipo low cost. En este apartamento al lado del Retiro estaban tan contentos… Empiezas a ver anuncios y a horrorizarte. Menos mal que no existe la crisis de los 7 años entre tu perro y tú.
Lógistica. Trasladar sin coche unas 20 cajas de libros no es nada, de verdad. Además de eso tienes un níspero y un árbol de naranja de metro y medio que crecieron a sus anchas en el balcón. Una bicicleta. Un futón. Un sinfín de maletas llenas de ropa fuera de colección.
En esos momentos te acuerdas de tus amigos pero todos participaron activamente en tu última mudanza, la del 30 de noviembre de 2006. No les puedes pedir ayuda de nuevo. ¡Faltaría más!Tampoco has hecho tantos nuevos amigos este año como para coordinar una nueva operación. Tendrás que sumarle al presupuesto fantasma los gastos de transporte.
Al mismo tiempo, te has atrevido a dejar el sector editorial y te enfrentas a ese fatídico día en un trabajo nuevo. Una empresa nueva. Un sector nuevo. Entras en una agencia de publicidad para dedicarte al mundo de las alarmas. Tu primer día es un simulacro de robo, en serio. El segundo plato perfecto para el menú del día.
Un pariente enfermo te llama en medio de la concentración de cámaras de televisión y periodistas. Tu estás en una central nacional de recepción de alarmas y desde el otro lado del océano escuchas una voz que te dice: tú eres la única persona en el mundo que puede echarme una mano. Le das ánimos. Al fin y al cabo es lo único que puedes darle.
Al final del día vas a ver un par de apartamentos. Uno de ellos era un decorado perfecto para una peli porno de los sesenta y, mientras tú te preguntas si podrías vivir allí, el portero te dice que es necesario contar con un año de aval bancario y que no aceptan animales domésticos.
Esa noche cuando estás lavando los platos de la cena y lloras desconsoladamente, te acuerdas de que un tal reverendo Ralph te respondió a tu mail, desde una misión de dios en el extranjero, haciéndose pasar por propietario de un flamante apartamento en una de las mejores zonas de Madrid. Estafa en Craigslist.org. Sólo eso te faltaba.
Podrías firmar esta nota:
Exageradamente,
Martín Romaña

10.10.07

El síndrome de los escritores ansiosos

Cuando un libro se publica pasa a ser responsabilidad básicamente de dos departamentos en una editorial: ventas y comunicación. En algunas editoriales pasa a ser responsabilidad de dos personas, a falta de departamentos: el chico de ventas y la chica de prensa. El clásico es el dueño de la editorial que hace todo (lo que puede, claro).

Todo ese tinglado que se monta para que un libro tenga buena prensa y se venda es un trabajo bien duro. El libro que no llega a muchas mesas de novedades porque los libreros están saturados de novedades y los responsables de literatura de los medios reciben demasiados libros para el espacio que tienen disponible… El cuento de nunca acabar, pero aún así todos hacen su trabajo. El escritor escribe, el editor publica el libro, la de prensa de hacer la promoción…

Pero ¿qué pasa cuando un escritor tiene síndrome de ansiedad? Álvaro Colomer ha publicado un artículo en Qué Leer (Octubre 2007), donde describe muy bien una parte del mundo editorial que el lector no conoce (ni tiene por qué conocer) pero que es el pan nuestro de cada día dentro del sector. Un capítulo del making-of, digamos.

La historia comienza así: “Hay escritores que se convierten en auténticos neuróticos apenas publican la novela en la que han invertido años de esfuerzo. Quieren llegar al gran público sea como sea, motivo por el que se lanzan a acosar a las jefas de prensa de las editoriales con dos o tres llamadas diarias, mientras acuden a sus amigos periodistas suplicando una reseña y se cuelan de tapadillo en las librerías para recolocar sus libros en los puntos calientes”.

A mí, por supuesto, me encanta el tema de la jefa de prensa. Afortunadamente no todos los autores son así ni todos los periodistas te cuelgan el teléfono… ¿Alguien se ha parado a pensar fríamente para qué sirven la mayoría de las llamadas que les hacemos las chicas de prensa a los periodistas para saber si han recibido un libro y si lo van a reseñar? Sé perfectamente que no todos los libros son Harry Potter ni todas las autoras Madame J.K. Rowling y que la mayoría de los libros no se venden solos pero… ¿Por qué es tan importante para todos salir todavía en los suplementos culturales de los periódicos?

Se me ocurre que otros capítulos interesantes del making-of de los libros podrían ser:
1. No todas las críticas son buenas ni tienen que serlo. ¿Qué hacer con un autor desbordado ante una crítica desfavorable, justificada o injustificada?
2. Una buena crítica no hace que se produzcan más ventas. Un escritor me dijo un día: "autor de culto lo único que quiere decir es que no vendes nada".

27.9.07

Esconder un libro

Los libros de autoayuda y las telenovelas se parecen mucho. Las telenovelas tienen una gran audiencia y los libros de autoayuda dan esperanzas a las ventas del sector editorial. Ahora bien, nadie da un voto a favor de ellos.
El mejor ejemplo empieza por casa. Ismenia, la señora que me crió, veía todas las telenovelas sin verlas. Sabía con precisión el color del vestido con el que la amante de Gustavo Adolfo se había aparecido una noche en casa de su mujer para decir que estaba embarazada. Así con las tramas de todas las telenovelas. Sin embargo, si un día alguien le hacía una pregunta del tipo: ¿Ismenia, cuántas telenovelas sigues? Ella decía, con seguridad: ninguna, son todas malísimas.
Me parece que lo mismo pasa con los libros de autoayuda. Salimos de la librería con el último premio Nobel en la mano pero cuando nos deja el hombre de nuestras vidas y compramos: No le llames más, las cosas cambian drásticamente. Ese libro lo sacamos de la librería dentro de la bolsa y dentro del bolso y sólo al llegar a casa, en un rincón oscuro, lo sacamos para forrarlo en papel, preferiblemente doble, con el firme propósito de que nadie se entere en el metro del tipo de literatura que llevamos entre manos.
Por curioso que parezca la desaprobación y el ocultamiento de estas fuentes de recreación y salvación ocurren a espaldas de una premisa que supuestamente nos libera de toda condena, la premisa de que todo es cultura desde el siglo XX. Entonces, ¿por qué somos reacios a poner la novela de Alessandro Baricco junto al libro de Jorge Bucay en la estantería? ¿Doble moral?

Con todo esto empiezo a sacarme una vieja espina: escribir una apología del libro de autoayuda.

Continuaré.

20.9.07

Non, je ne regrette rien

Tomando en cuenta que nuestras vidas se tuercen espontáneamente y que no hay que hacer ningún esfuerzo para que algo salga mal, creo que ser escéptico o pesimista o conformista se ha convertido en una conducta esperada. Por esa razón, quien se enfrenta a las cosas difíciles con valor e intenta cambiarlas puede considerarse un ingenuo o un loco. Así es como los optimistas han desaparecido del vecindario.

Lo más común es encontrar a un escéptico en todas partes: en una pareja, en una empresa, en una fiesta, en un accidente. Les reconocemos básicamente porque no les importa nada. Es casi imposible relacionarse con ellos si uno es diferente. Digamos que es imposible contarles un problema, discutir, sorprenderlos o involucrarlos en algo, pero eso sí: es muy fácil tenerles algo de envidia. Los escépticos no son personas conformistas, simplemente no tienen esperanzas y se meten en menos problemas.
El optimista, por defecto, no es una persona inconforme. Lo que pasa es que tiene expectativas o esperanzas o deseos y saca fuerzas de donde sea con tal de no conformarse.

A la hora de tomar una decisión es imprescindible tener las cosas claras y saber de qué lado estamos. ¿Compras el billete de lotería? ¿Aceptas unas disculpas? ¿Te cambias de trabajo? Pero no es tan sencillo. A veces me confunden las generalizaciones, esa manía que tiene la gente de generalizar: todos los jefes son iguales, todas las familias son iguales, todos los hombres (o las mujeres) son iguales. Estos preceptos señalan que nada puede ser mejor y funcionan como un complot contra del cambio.

Afortunadamente, la confusión no puede ser eterna y tenemos que elegir siempre. Probamos, buscamos sombra, cambiamos, renunciamos, respiramos, nos cortamos el pelo, nos mudamos, escapamos de los leones. Todo eso para estar mejor y, le duela a quien le duela, los errores están contemplados. Defiendo a la gente que tiene expectativas y esperanzas y deseos suficientes para hacer lo que haya que hacer, y sobre todo defiendo a los que no se arrepienten de nada.

31.8.07

El corazón partío


La última semana que pasé en Espinho, Gustavo y "la bebita", es decir, Marjorie, vinieron desde Bruselas a visitarme. Tienen un niño que es un santo. Ya lo conocía, porque vinieron el año pasado a la Feria de Frankfurt pero ahora, que está más grande, ha desarrollado al máximo su ternura con el mundo y con todo lo que le rodea. No hay más remedio que rendirse a sus pies. Aquí arriba está su foto, de cuando estuvimos en una de las bodegas más interesantes de Oporto, la de Ramos Pinto. Ahora la bebita está embarazada de Hannah, que nacerá en diciembre.


Esos días con ellos me permitieron disfrutar de lo mejor que tenía vivir en Caracas: el encompinchamiento. Comimos desenfrenadamente y a deshoras. Primero el helado, después la sopa, después la merienda, después el plato fuerte, como iba saliendo. Hablamos hasta la madrugada. Fuimos juntos al supermercado y a la peluquería. Hicimos planes entusiastas que probablemente nunca vayamos a llevar a cabo, pero que sirven de terapia. Nos relajamos y nos sentimos en familia. En resumidas cuentas: el broche de oro de las vacaciones.


Por supuesto: el lunes cuando me senté en la oficina a las 8 de la mañana, después de 30 días, no tenía lo que aquí llaman "el sindrome postvacacional", tenía en el corazón partío.

3.8.07

Espinho

Me gusta mucho Portugal y tengo suerte. Tengo lazos que me unen a este país por partida doble. Mi padre y mi padrastro son del mismo pueblo de Oporto: Espinho. De dos comunidades vecinas del mismo pueblo: Anta y Silvalde.
He venido desde la infancia a este lugar y todo me parece conocido. La playa, el malecón, la rua 19, el olor del peixe fresco y del frango de la churrasquería, el hotel Praia Golf, la barra del Esquimó, las viejas vestidas de negro que están por todas las esquinas vendiendo sardinhas de noso mar, la piscina Atlántica, los gitanos de la Feira, los acuarios de los restaurantes llenos de langostas y cangrejos, el pan de ló, las antiguas casonas forradas de azulejos y ventanales de madera con palmeras en la entrada, los pasteles de nata, el prego no pão, el recorrido que hace el tren a Oporto y que pasa por Miramar...
De hecho, cuando estoy en Espinho e incluso cuando vengo de camino, estoy segura de que tengo una doble identidad. Lejos de aquí, sólo tengo dos pasaportes.
Sin embargo, por simples circunstancias, no estoy segura de estar unida a mis figuras paternas por medio de un lazo tan fuerte como el que me une a todas estas maravillas que descubrí en la infancia y que sigo reviviendo con cada viaje.

Lo bueno de los amigos es que siempre están ahí, aunque estén en otra parte, y te entusiasman. Gracias a mi amigo Marcelo Simonetti, que ahora mismo está justo en las coordenadas contrarias, en el Pacífico sur, en invierno, he caído en la tentación de ver los anuncios inmobilarios de Espinho. Nunca se sabe.

24.7.07

Odette. Una comedia sobre la felicidad

En las películas francesas, a excepción de Amelie, siempre hay un personaje central que intenta convencer a los demás de que el resentimiento es la única forma de vida válida y que, como consecuencia de ello, las buenas intenciones no existen en realidad. Me pone de muy mal humor escuchar a los franceses en el cine criticar a los norteamericanos y a su país, por poner un ejemplo, desde una absurda perspectiva de superioridad. Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta Amelie, lo entiendo, porque creo que se trata de una película naturalmente antifrancesa. Me acordé de todo esto el otro día porque ví Odette, una comedia sobre la felicidad. Las energías que tiene esa mujer para llevar adelante su vida, su sentido práctico y el enfoque optimista que predomina en todas sus acciones es para quitarse el sombrero, sin más.




Hoy a las 7:30, en lugar de ir al trabajo como lo hago siempre, en autobús, he ido andando. Atravesé el parque de El Retiro y tuve media hora para desintegrarme en el paisaje y olvidarme de las circunstancias. Como un baño en el mar.

Mi horóscopo dice que las circunstancias no son favorables en el trabajo, con razón. Lo bueno es que las vacaciones empiezan el 27 de julio, y este año sí tengo un plan. Voy a Portugal, y durante 28 días podré mirar de frente al Atlántico.

No voy a tomar ninguna decisión importante. No se toman decisiones en las vacaciones. Me voy a llenar de energía para las que voy a tomar al llegar. Necesito esa energía. Me acordaré de Odette, y de Amelie, por supuesto.


19.7.07

María dos Prazeres

Hay un cuento de García Márquez que se llama María dos Prazeres, que me ha despertado la necesidad de estar preparada. Ella es una colombiana que ha hecho su vida en Barcelona, como prostituta. Cuando empieza a sentir que el final está a punto de llegar, quiere comprar una parcela en el cementerio de Montjuic. En ese cementario, que está encima de la montaña, estará siempre a salvo de las inundaciones y podrá escapar de una de sus pesadillas. Lo leí hace mucho y no ha dejado de acompañarme.

Ayer fui a una conferencia informativa sobre el Máster de Dirección de Marketing y Ventas en el Instituto de Empresa. No fui por equivocación o por simple curiosidad. Tengo una razón de peso para plantearme una opción así.

No quiero llegar pobre a la vejez. No hay nada más. Cada uno tiene sus debilidades y yo quiero tener vestidos bonitos, quiero usar unos Chanel que me tapen la cara, llevar cada pelo en su sitio, visitar a mis amigos por el mundo y recibirlos en mi casa, ir a la librería y al cine después de la siesta, hacer talleres en los museos, levantarme todos los días en un pequeño apartamento, impecable, frente al mar y, sobre todo, quiero recorrer Italia.

Es muy sencillo: me he dado cuenta de que por el camino que voy no es posible. Creo que ese Máster puede ayudarme a dar un giro que me permita dentro de 30 años tener la vida que quiero. Evidentemente la decisión implica muchas cosas: una deuda, un cambio de mentalidad, un esfuerzo personal, un voto de confianza en mí. No estoy segura de que lo vaya a hacer, no estoy segura de que ese Máster sea la única opción, pero lo voy a pensar.

17.7.07

Barcelona

Nada más me bajé en Sants y ya se notaba la diferencia: entre Barcelona y Madrid, dejando a un lado las consideraciones formales, la diferencia fundamental es la playa, sin lugar a dudas. ¡En Madrid no hay playa, vaya, vaya!
Una ciudad que gira en torno al mar, como Barcelona, es otra cosa. No se trata de una traición a mi pasión por el Caribe ni una de las trampas de la memoria. Atravesé La Barceloneta hacia la playa con taquicardia y eso es lo que cuenta.
Quizá lo más difícil de vivir en Madrid sea sobrevivir al verano. En invierno no me doy cuenta de que estoy atrapada en Castilla, por eso a partir de mayo lo único que quiero es llegar al mar.
Ahora que estoy de vuelta me imagino que Araya va a jugar esta tarde en la Playa del Ensanche. Me la imagino sonriendo con sus pañales acuáticos y mi estancia aquí en Castilla se diluye fácilmente.

Amén a la copa de cava que nos tomamos sus padres y yo en la terraza de La Pedrera, el sábado por la noche. Espero entrar en el dinámico periplo de la estirpe de Araya lo más pronto posible, no me quiero peder sus primeras palabras que están a punto de salir.

6.7.07

El Centro de Caracas

Mi lugar preferido de pequeña era el Centro de Caracas. No vivíamos allí pero Ernestina e Ismenia, las mujeres que me criaron, me llevaron todos sábados. Íbamos en autobús: uno grande, azul y blanco, por la Andrés Bello y la Urdaneta. Un sábado nos bajábamos del autobús en la joyería Arte Katino y otro en el correo de Carmelitas.
El paseo se trazaba fundamentalmente en tres ejes: la Plaza Bolívar, el Pasaje Zing y la Plaza El Venezolano.
En la Plaza de Bolívar ya había que hacer milagros para encontrarse a una pereza pero la buscábamos igual. Luego, un tour por la Catedral para dejar prendida una vela y otro por nuestro dorado personal: el edificio de La Francia, la joyería de las joyerías. Encontrarse con Dios y con el Diablo, en diagonal, tiene su gracia.
Al Pasaje Zing, un sitio moderno, precioso, con escaleras mecánicas de madera, íbamos de shopping. Aunque a veces no compráramos nada. Cuando conocí el centro comercial de las torres gemelas en Nueva York, me acordé del Pasaje Zing. Tienen un punto de comparación sólo en mi cabeza infantil, pero lo tienen. La meta era estar dentro de una tienda de ropa para mujeres y niñas, donde alguna que otra vez me compraban unos zapatos o un vestido, que yo misma podía elegir. Toda la ropa colgada estaba envuelta con un forro transparente y eso le daba un toque tradicional, típico del Centro de Caracas. Nunca he visto eso en otra parte.
La Plaza El Venezolano era el escenario principal de la gala. Allí estaban todas las piñaterías, donde empecé a soñar y a desear y donde me inicié como consumidora. Me gastaba los ahorros de la semana en baratijas de vaga definición. También estaba La Linda, una mercería donde buscábamos siempre algo: un hilo de color raro, una aguja para bordar, seis botones para una camisa, un par de broches para una falda, un cierre azul, un metro de liga blanca. De ahí pasábamos a la casa de Simón Bolívar y me decían: “sólo un paseo veloz, negrita” y eso hacía. Al final almorzábamos en La Atarraya, carne a la parrilla. A pesar de lo poco que yo comía entonces era la mejor comida del mundo y, por supuesto, el mejor restaurante.

Aquel paraíso ha terminado hace mucho. Caracas ha cambiado como es natural que pase en un país joven y revuelto. Ahora debe haber otro centro de Caracas. Por otra parte yo vivo aquí desde hace cuatro años y estoy muy lejos. Sin embargo, estoy segura de que descubrí en la infancia el secreto de la felicidad que consiste en la repetición de las pequeñas cosas, gracias a estas dos maravillosas mujeres.

1.6.07

Araya




Araya es la hija de Rodolfo y Ximena. Tiene unos ojos preciosos, que le deben venir, pienso, de sus antepasados peruanos. La familia de Ximena es una mutación. Su madre es peruana, su padre italiano, y sus hermanas y ella han nacido, estudiado y vivido en distintas ciudades del mundo, aunque todos en algún momento coincidieron mucho tiempo en Caracas.
A Ximena la ví embarazada dos veces. Una con tres meses, en Cabo de Gata, Almería. Otra cuando estaba a punto de parir, un fin de semana soleado, en Londres. Después, cuando Araya nació, su papá colgó las fotos en una web: http://www.araya-luna.com/ A los tres meses fui a Tarifa, Cádiz, a conocer a Araya. Pasamos un par de días en un hotel en la playa. Aunque sus padres estaban cansados y toda su atención se concentrada en el cuidado de la niña, creo que se portaba muy bien. Una noche, dando vueltas por el jardín, se quedó dormida en mis brazos. Al día siguiente regresé a Madrid en tren y no la he vuelto a ver.
Cuando dejas de ver a un niño durante unos meses, ya no le conoces ni te conoce. Dentro de poco la volveré a ver, probablemente en Barcelona, y entonces será un descubrimiento.
Araya vive en Barcelona, pero ya ha vivido en Londres y en Sydney. También ha visitado Korea y no sé qué otras ciudades. Sus padres también han viajado y viajan mucho.
A veces yo me he negado a cambiar algo de lugar, un mueble, por ejemplo, simplemente porque me parece que si todo está en orden y las cosas no cambian la vida es más fácil, pero no creo que sea así, de verdad.

17.4.07

¿Sophia o Simone?


Una chica puede ir de un extremo a otro y ¿por qué no? ¿Quién dijo que hay que ser coherente?
El otro día mi amigo Jaime Miranda me dijo que un ataque de celos le recordaba a Sophia Loren y me hizo mucha gracia. Me acordé de todas las veces en las que fui más bien como la Beauvoir. Dejé pasar muchas oportunidades para arrancar las cortinas de un tirón. Tenía la sangre fría o no había desarrollado aún un estilo para manifestar los celos. Da igual. Ahora, definitivamente, lo importante es manifestarme acaloradamente.

15.3.07

Año 2030

En Madrid es muy fácil encontrarse en todas partes a señoras con más de sesenta años. Activas, y orgullosas en todas partes: los teatros, el cine, las tiendas, los bares, el metro. Yo siento mucha admiración por la vejez femenina y no es una extravagancia. Seguramente se debe a que vengo de una ciudad donde ellas son invisibles en la escena pública y a que me crié junto a una tía abuela maravillosa.
Desde hace mucho tiempo me imagino todas las cosas que haré a partir de los sesenta años. Los vestidos elegantes, las lentes de sol gigantes, el pelo de peluquería, el bolso a juego con los zapatos y el cinturón, las uñas pintadas, los talleres de arte y de tejido (estoy segura de que como yo muchas mujeres de mi generación llegaremos a los sesenta sin saber tejer), las citas de los viernes con mis amigas en el café, el viaje por Italia en autobús y la suerte de poder decir exactamente lo que pienso cuando quiero. Incluso he pensado varias veces en irme a vivir a una residencia.

El Chapulín Colorado 2007



¿Todos recordamos al Chapulín cuando necesitamos que alguien nos rescate? La magia del superhéroe de los calzoncillos por fuera y el escudo de corazón, consiste en reforzar esa idea. En los episodios siempre pasa lo mismo y no por eso el efecto es menos poderoso: alguien tiene un inconveniente y lo invoca, él hace una atropellada aparición para resolver el conflicto, improvisada y casualmente pero con una voluntad y convicción arrolladoras, en el último minuto, justo antes de que se acabe el capítulo.
Imagínate una segunda temporada, treinta años después o un poco menos, en la que pudiéramos ver al Chapulín Colorado, en persona, día tras días, resolviendo sus propios problemas y necesidades, sin uniforme. Imagínate qué ilusión ver eso, después de que ha sido toda la vida tu superhéroe favorito.

9.3.07

Mermelada ácida

Hay un blog que leo con pasión desde el verano pasado, se llama La calandria de mermelada y lo escribe una caraqueña anónima. Tiene muchas cosas que aprecio: es espontánea, directa, calculadora, pragmática y sin censura. Creo que no le puedo pedir más. Este es el link: http://calandriademermelada.blogspot.com/
El último post es muy interesante: Bú!

26.2.07

Hacer lo correcto

Do the right thing de Spyke Lee en mi época universitaria era una peli de culto. A mí me gustaba también por el título. Siempre me ha parecido un hecho más que prodigioso hacer lo correcto. Con el tiempo me ha quedado claro que la cuestión se resuelve siempre en la práctica, como la mayor parte de las cosas importantes.
A la hora de la verdad, en las circunstancias más difíciles, hacemos lo que podemos y eso es lo correcto. Pero ¿por qué si hemos sido capaces de sobrevivir a una guerra nos surgen tantas dudas cuando nos enfrentamos a un pequeño problema del corazón, a uno de esos asuntos pequeño-burgueses, como una piedra en el zapato?
El viernes pasado hablaba con unas amigas sobre lo fácil que es para nosotras pasar la noche con un tipo que no nos interesa para más nada y tan difícil hablar con sinceridad sobre nuestros sentimientos. Son especialmente delicados los temas que tienen que ver con celos, compromiso, futuro, hijos... ¿Estamos a la deriva todavía, en medio de la lavadora, las pastillas anticonceptivas, el trabajo, el divorcio y la práctica sexual?
En los casos importantes tenemos necesariamente que hacer algo, porque la situación lo requiere. Por eso hacemos lo correcto cuando hacemos algo, lo que sea, y la sensación es liberadora porque estamos obligados a hacer algo y sólo tenemos una oportunidad.
En las relaciones de pareja, en cambio, hay situaciones intermedias, grises, en las que podemos hacer algo o todo lo contrario, huir, callarnos, enfrentarnos, seguir adelante, aguantar, terminar. Es una zona en la que parece que no hay nada correcto, para bien pero también para mal.
Me gustaría creer que hay un punto medio, entre el pre y el postfeminismo, para desenvolvernos con soltura cuando tengamos una de esas molestas piedras en el zapato y hacer lo correcto sin autocensurarnos.

6.2.07

L'Atalante



Casi siempre cuando hablamos de nuestra iniciación en el amor hablamos de la primera vez que nos enamoramos, por ejemplo. Lo suelo hacer yo también, sin embargo, siempre he tenido presente a la primera persona que se enamoró de mí. No sé, será porque me sorprendió mucho. Hace poco esa persona a la que no veo hace diez años o más, salvo en un encuentro casual y veloz, en la Plaza de La Castellana de Caracas, ha dado con este blog por azar y me ha dejado una nota.

Ahora que ha pasado tanto tiempo me gustaría volver a decirle lo provechoso que ha sido siempre para mí conservar ese recuerdo. Así que, Ale: muchas gracias por ayudarme sin quererlo tantas veces a distinguir lo que es el auténtico amor, por llevarme a ver L'Atalante en aquella época mágica, poética y arrabalera, por 1992. Discúlpame siempre por todo lo malo.

30.1.07

Dinero

Hablamos de la independencia en muchos aspectos: de la familia, de la pareja, del estado, de la empresa, del sexo y hasta de los aparatos, pero ¿por qué es tan difícil hablar de la independencia económica para las personas que trabajamos en el sector de la cultura?
Para cualquiera de mis amigos ingenieros, auditores, consultores, abogados, informáticos, arquitectos o administradores que tienen trabajo no es tan difícil. Entre ellos y nosotros (me refiero a mis amigos periodistas, filólogos, licenciados en filosofía o historia o artes) prácticamente no hay diferencias en cuanto a la situación laboral: horario, responsabilidades, formación, capacidades, objetivos. Sin embargo, en cuanto al dinero las diferencias son abismales.
Parece que para los trabajadores del sector cultural una parte de nuestro sueldo es inmaterial y parece, no sé por qué, que debe ser así. Es como si por estar vinculados a una parte de la vida más placentera, como leer, por ejemplo, no podemos disfrutar de una vida solvente.
Se trata de una situación injusta, eso sin duda, y creo que la solución no pasa por preguntarme el por qué. Eso ya lo he hecho muchas veces y lo haré cada vez que pierda la paciencia. Ahora estoy intentando aplicar otra fórmula más pragmática: hablar de dinero y pensar en él con la misma libertad que lo hacen los otros. A ver si así, al cambiar un poco la manera de interpretar el asunto, comienzo a ver un cambio. A fin de cuentas yo pago lo mismo por mi alquiler, voy al mismo supermercado, quiero irme de vacaciones y necesito unos zapatos nuevos.

17.1.07

Game over. Start again. Welcome to the next level

Lo bueno que tiene una mudanza es que puedes estrenar una vida o intentarlo, que ya es bastante. No conoces el barrio, no sabes donde está el supermercado más cercano, ni la farmacia, ni el veterinario, no conoces a los vecinos ni te conocen y los amigos aun no saben tu dirección. Hay momentos en los que ni siquiera te reconoces dentro de ese nuevo hogar y la experiencia de colonizarlo y ser colonizada es un privilegio.
Desde el punto de vista contrario lo bueno que tiene dejar una casa es la posibilidad de dejar atrás algunas cosas con las que no queremos seguir viviendo. Un pantalón manchado, un mueble odioso, un plato roto, un aparato inservible, unos cuantos tornillos incógnitos, una vecina histérica, una extraña sensación de conformismo.
He escuchado a la gente decir que las cosas malas te siguen a donde vayas pero yo he tenido suerte. He vivido en muchas casas y tengo buenas experiencias al respecto. Da igual el tiempo que vaya a estar en un hotel, un motel, una pensión, una casa de playa, un apartamento prestado, alquilado, propio. Una vez que te has instalado en tu nueva vida estás más conectado con tus deseos y parece como si empezaras a moverte al ritmo que necesitas para salir adelante.
Estoy convencida de que las mudanzas generan cambios en nuestra manera de ver las cosas y de vivir. Pueden ser el inicio de pequeños o grandes comienzos. Claro que no todas las mudanzas son igual de trascendentales, depende de la necesidad que tengas de cambiar y de las circunstancias. En mi caso llegar a Tenerife hace casi cuatro años fue fundamental. Se quedaron en Caracas las cosas que necesitaba dejar lejos y todavía conservo las energías de vivir frente al mar durante ocho meses, rodeada de gente entrañable.
Hace un mes nos cambiamos de piso y de barrio en Madrid. Tieta se ha adaptado bien porque ahora tiene más espacio, más luz y podemos ir al Retiro todos los días. Por los momentos el problema de su ansiedad está controlado. Por otra parte, a mí esta mudanza me ha hecho rescatar una actitud optimista frente a la vida afectiva y profesional y, por supuesto, la alegría de vivir.
Mi amigo Carlos Ortiz, que es un acérrimo enemigo de los optimistas, me diría que tenga cuidado con lo que digo pero lo que él no sabe es que yo aprendí a no ser optimista como quien tiene fe y espera. Desde hace tiempo hago limonada cuando me caen limones. Algo así dice una canción de Rubén Blades y funciona. Eso sí, nunca antes como en este mes he tenido tan presente las palabras mágicas de Rosalba (o de Violeta, su alter ego), el personaje de Diablo guardián, la novela de Xavier Velasco: Game over. Start again. Welcome to the next level.