29.11.07

Presente


A mi amigo Arturo, de toda la vida.

Hoy salí corriendo por la mañana después de tomarme un te, taparme bien las ojeras y pasear un rato con Tieta por el Retiro, con cuatro grados y una gripe bien descuidada. Cuando llegué a la parada las puertas del autobús estaban cerradas y el chofer se puso en marcha. Seguí corriendo unos cinco minutos más y tomé otro autobús, de otra línea que también me sirve. Abrí mi libro en la parte en que la pequeña Sara se prepara para su visita de los sábados a Manhattan, el lugar más atractivo e interesante de sus fantasías, donde vive Gloria Star, su abuela, una excantante de night clubs. En eso se subió una señora con más de 70 años, de punta en blanco y unas gafas verdes, gigantes. Llegué a la oficina a las 9, como tenía que ser.

En esta historia no hay nada de increíble, lo mejor es eso. Me di cuenta en el mismo momento. Esas tonterías de todas las mañanas constituyen la parte esencial de mi mundo. El otro mundo, el de las obligaciones, las expectativas, el sector inmobiliario, el decorado, las relaciones públicas, el sueldo bruto al año, los compromisos, el control de cambio en Venezuela, no me pertenece del todo, yo casi siempre soy una circunstancia.
Me sentí muy contenta al darme cuenta de que había algo en mi vida tan importante y tan pequeño, imperceptible, intensamente placentero. Tal vez eso sea posible porque en la mañana, a esa hora, todavía estoy medio dormida. Hay un corto período en el que no se ha encendido el motor, desde el que me conecto a la actualidad, al prójimo, a las calamidades, a los prejuicios y resentimientos, a la memoria, al porvenir, al deseo.

Mi amigo Arturo Serrano me decía en Caracas, hace más de diez años, que le gustaba la sensación de ir en el metro tempranito a trabajar, con su comida en un pequeño bolso plástico, y su libro. Por fin lo he entendido y por eso le dedico estas líneas.


El dibujo de Caperucita Roja es del ilustrador Gustave Dore. El libro que me estoy leyendo es Caperutita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite.

22.11.07

Mi alma gemela


Victoria Katz se llamaba una chica que entró en mi clase al final de la carrera, en 1991. En tres años nunca habíamos coincidido y a simple vista no íbamos a coincidir. Ella era muy trabajadora y yo no. Ella estudiaba mucho y yo nada. Ella quería ser periodista y yo no sabía a que dedicarme. Ella escribía muy bien y yo ni por asomo. Ella era rubia y yo morena. Ella leía a Borges y yo a Echenique. Ella tenía una posición concienzuda sobre la política contemporánea y yo sobre la teoría del caos personal. Ella, gracias a sus genes hebreos, estaba predispuesta a sobrevivir y yo a perecer. Ella era porteña y yo caribeña. Ella sabía pelear con su Fiat 147 en ruinas y yo abandonaba a mi fiel escarabajo a la primera de cambio.



Sin embargo, esa chica y yo coincidíamos en cosas más interesantes, cosas que se pagan muy caro. Ni estábamos a la moda. Ni nos tomábamos en serio a nuestra generación. Ni estábamos dispuestas a hacerle el juego a los machos venezolanos. Ni teníamos casa. Ni un centavo. Ni una situación familiar realmente familiar. Y ya lo sabemos todos: las miserias son las que unen a la gente.

En aquellos días Victoria y yo nos instalamos en el apartamento de mi tía Ernestina, cuando estaba a punto de llevársela un tumor cerebral. En aquella casa nosotras hablamos de cosas intrascendentes sin parar, sin prisas, sin comer, sin salir, sin llamadas, sin visitas. Fue un buen comienzo para Victoria y para mí. Desde entonces hasta hoy nuestra amistad sigue intacta. Desde Tenerife, Buenos Aires, Caracas, Madrid, México hablamos repentinamente, con pasión, de las cosas que se pagan caro y de todo lo demás. Tenemos un ritmo que se recupera al instante. La última vez que nos vimos ella me enseñó Buenos Aires, en los carnavales del año 2000.

Todos los capítulos y temporadas de Sex & The City que vi en mi casa de Lavapiés hace un año me recordaron a Victoria y quedé convencida de que esa serie es una oda a la amistad, no al sexo.

Hoy me ha enviado esta foto con la vista que tiene ahora en su casa, en Miami. Ella sabe lo importante que es para mí.

19.11.07

El gigante en Leganés


Compramos cuatro entradas para un concierto a las 2 de la tarde del sábado, en la Plaza de Toros de Leganés. Nos pareció muy raro que fuera a las 2 pero bueno: “los organizadores sabrán”. Hicimos planes para estar de regreso a las 5 en Madrid.

Al llegar a la taquilla vimos el fondo de nuestro desconocimiento. No habíamos comprado entradas para un concierto, sino para el Festival de la Cumbia y después de oír la primera e inesperada noticia nos enteramos de la segunda: el Festival prometía extenderse hasta las 6 de la mañana. Evidentemente el “gigante” se dejaría ver a última hora. De eso no cabía duda.

En mi país, la cumbia tiene éxito en Occidente, por la frontera con Colombia y en Oriente, de Cumaná hacia el Atlántico, no sé por qué extrañas razones. Una vez me dijo un pescador de San Juan de Las Galdonas que era por el narcotráfico. Pero definitivamente la cumbia no es la reina.

En ese momento, naturalmente, pensé en huir por varias razones. Subjetivas, por supuesto. Uno. La cumbia no me gusta tanto, lo mío es la salsa. Dos. Estar 16 horas en una concentración de manera voluntaria, por el motivo que sea, no está entre mis motivaciones. Tres. 16 horas de cumbia son demasiadas.

Menos mal que lo pensé mejor, porque también tenía razones para quedarme. Uno. Estaba allí con la mejor compañía que se puede tener. Dos. Después de cinco años en estas tierras hay una palabra mágica: bailar. Lo que sea. Tres. Me alegra ver cuántos inmigrantes hay en España y lo bien que se lo pasan.

En medio de mis consideraciones secretas hizo su aparición el presentador, un hombre eufórico y dicharachero, una de esas voces del espectáculo que recuerdas para siempre si has sido niño en Latinoamérica. Alguien así como el doble de Amador Bendayán anunció los nombres y las agrupaciones participantes. Yo no conocía a nadie. Tampoco a la estrella principal, el “gigante”, pero ya había decidido quedarme, conocerlo y bailar cumbia hasta que mi cuerpo lo pudiera soportar.

Por la gracia de dios, Bronco apareció a las 2 de la mañana. Doce horas después, no más. Mexicano. Indio. Norteño. Guapo. Gigante. Ídolo de sus paisanos y sobre todo de bolivianos, paraguayos, peruanos y ecuatorianos, la mayoría esa noche. Aunque ya a esa hora no tenía la capacidad perceptiva en regla, me gustó mucho. Claro que tendré que escucharlo de nuevo cuando haya descansado. Al fin y al cabo, ¿qué tiene la cumbia de malo?

De regreso venía pensando en Caracas, donde la reina indiscutible es la salsa, y también en la inmigración. Ese fenómeno que no sólo provoca tantas transformaciones en el país de acogida sino, principalmente, en nosotros mismos.
Una página web ha publicado las fotos del evento. Hay que tener paciencia, pero por ahí aparecemos nosotros: http://www.nochelatina.es/broncos.htm

16.11.07

Emociones fuertes

Cuando uno se empeña en llevar una vida tranquila y acaba lográndolo pasa lo inevitable. Un día te despiertas y las cosas te caen todas encima, a la vez.
A tu casero lo han demandado por haber hecho obras ilegales en la terraza donde tú alquilaste un dúplex hace 11 meses. Cuando te lo dice tiene una sonrisa de alcabala, esas que ponemos en mi país cuando somos unos pringados y estamos frente a un militar armado en una carretera perdida y tropical.
Alquilar un apartamento en el centro de Madrid, en 4 semanas, alcanza un grado de dificultad máximo si tu cuenta está en cero. A pesar de eso el problema económico es un demonio con el que te has acostumbrado a pelear pero hay otro peor. La ansiedad por separación, una enfermedad propia del destierro.
Tú y tu perro han vivido juntos durante 7 años, en 7 casas diferentes de 3 continentes: América, África y Europa. Digamos que han hecho una carrera diplomática del tipo low cost. En este apartamento al lado del Retiro estaban tan contentos… Empiezas a ver anuncios y a horrorizarte. Menos mal que no existe la crisis de los 7 años entre tu perro y tú.
Lógistica. Trasladar sin coche unas 20 cajas de libros no es nada, de verdad. Además de eso tienes un níspero y un árbol de naranja de metro y medio que crecieron a sus anchas en el balcón. Una bicicleta. Un futón. Un sinfín de maletas llenas de ropa fuera de colección.
En esos momentos te acuerdas de tus amigos pero todos participaron activamente en tu última mudanza, la del 30 de noviembre de 2006. No les puedes pedir ayuda de nuevo. ¡Faltaría más!Tampoco has hecho tantos nuevos amigos este año como para coordinar una nueva operación. Tendrás que sumarle al presupuesto fantasma los gastos de transporte.
Al mismo tiempo, te has atrevido a dejar el sector editorial y te enfrentas a ese fatídico día en un trabajo nuevo. Una empresa nueva. Un sector nuevo. Entras en una agencia de publicidad para dedicarte al mundo de las alarmas. Tu primer día es un simulacro de robo, en serio. El segundo plato perfecto para el menú del día.
Un pariente enfermo te llama en medio de la concentración de cámaras de televisión y periodistas. Tu estás en una central nacional de recepción de alarmas y desde el otro lado del océano escuchas una voz que te dice: tú eres la única persona en el mundo que puede echarme una mano. Le das ánimos. Al fin y al cabo es lo único que puedes darle.
Al final del día vas a ver un par de apartamentos. Uno de ellos era un decorado perfecto para una peli porno de los sesenta y, mientras tú te preguntas si podrías vivir allí, el portero te dice que es necesario contar con un año de aval bancario y que no aceptan animales domésticos.
Esa noche cuando estás lavando los platos de la cena y lloras desconsoladamente, te acuerdas de que un tal reverendo Ralph te respondió a tu mail, desde una misión de dios en el extranjero, haciéndose pasar por propietario de un flamante apartamento en una de las mejores zonas de Madrid. Estafa en Craigslist.org. Sólo eso te faltaba.
Podrías firmar esta nota:
Exageradamente,
Martín Romaña