13.2.08

Felicidad


De entrada, si me preguntan cómo llevo la felicidad no sé qué contestar, prefiero pasar a otro tema. La felicidad me pone muy nerviosa. No es tristeza ni resentimiento, nada de eso, simplemente estoy más preparada para la lucha contra los elementos que para las buenas noticias. Sospecho de las personas que practican deliberadamente el “buen rollo”, día tras día.

A lo que voy es a que la actitud natural, al menos para mi, es la de sobrevivir. Diría que es un ciclo: en primer lugar, sobrevivir. Con suerte, alegrarnos de sobrevivir y, de vez en cuando, ya como apoteosis, ser felices.

En la práctica a mí me ha pasado algo así. Durante los últimos siete años lo único que hice fue salvaguardar el nido, huir de las fieras para conservar el pellejo, espantar a los espíritus malignos, ponerme encima una piel para protegerme de las inclemencias metereológicas, llorar como un elefante por la partida de los seres queridos y hacer gracias como un mono para ganarme el pan. Más que aburrida, estos años me dejaron incrédula y agotada, pero el momento llegó.

Hace dieciocho meses, Tieta y yo conocimos al Chapulín Colorado en El Retiro, nuestro lugar preferido en esta ciudad sin playa. Era una tarde de primavera, cálida pero no calurosa, bajo ese cielo tan bonito que tiene Madrid.

En el mismo parque, hace 21 días, nos hicimos esta foto, el día que celebramos nuestra boda. A pesar de que es invierno todavía, estábamos bajo un cielo de privamera, ese tan bonito... Porque eso es lo que tiene la felicidad, que viene con todo.

Comparto esta noticia sólo por una razón, aunque hay muchas más: es lo mejor que me ha pasado en la vida, porque me la ha devuelto del todo.