22.8.11

A taste of Britain

Dos años después, por fin,  me encuentro más tranquila en Londres y hay, por lo menos, dos situaciones que lo demuestran.

Cuando vienen de visita mis amigos de Madrid, ya no tengo que pelear a muerte contra un deseo incontrolable y ciego de volver. Puedo divertirme y despedirme sin dolor. El deseo permanece pero soy capaz de razonar. Un avance personal, de proporciones trascendentales.

La otra situación tiene que ver con esos objetos que elegimos de manera arbitraria y a los que nos aferramos para sobrevivir, igual que cuando éramos niños. En Londres no se consigue ese té rojo con anís y canela, de Hornimans, que yo tomaba religiosamente por las mañanas en Madrid. Un hábito que me traspasó El Chapulín Colorado. Lo cierto es que ese pequeño detalle me hacía la vida más difícil, en una ciudad donde cualquiera puede tomar el té que quiera, hasta que
la rutina consiguió darme el empujón que yo necesitaba. Una taza de Earl Grey cada mañana en la zapatería, por un año. Incluso, esta mañana me he encontrado unas cuantas bolsitas olvidadas de té rojo de Hornimans, que vinieron conmigo en enero de mi último viaje a Madrid. Digamos que la felicidad algunas veces viene después de la domesticación.


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